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29 de octubre de 2018

Sudor, dolor y valor están en la Boina Roja

Libro de fácil lectura, de explicaciones sobre las
implicaciones de ser un soldado de Fuerzas Especiales
Por causalidad terminé de leer un libro escrito por un Boina Roja, un día antes del Día de Paracaidista Ecuatoriano, en momentos en que la Nación requiere de un soporte y las Fuerzas Armadas de un zacudón.

¡Para hacer algo, no es necesario se héroe! se titula el conjunto de narraciones históricas que realiza Coronel en servicio pasivo Marcelo Gaibor Escobar, en las que conjuga su paso por el Ejército Ecuatoriano y sus entrenamientos como soldado de Fuerzas Especiales, con las recomendaciones que ese caminar sirve para la vida civil.

La historia de como uno a uno fue pasando los cursos para adquirir esas destrezas que sirven para el sobrevivir en combate, para cumplir con la misión, para responder con eficiencia ante situaciones complicadas en que ya no queda ni un gramo de fuerza física y a un paso de perder la razón. Es la máxima expresión que uno puede superarse a sí mismo y estar listo para ir a la guerra o soportar las inclemencias de una situación de emergencia social.

Una de las fotos de mi
entrenamiento
como paracaidista.
Entonces mientras recorro los párrafos perfectamente articulados, recuerdo los tiempos en que pasé pruebas similares durante el entrenamiento en la Brigada Patria  y que al final terminaron con otros de los galardones que puede alcanzar un militar:el parche y la Boina Roja.

En un sinnúmero de ocasiones conté el significado de ser militar y de la Legión de la Vieja Calavera, pero al llegar a esta etapa de mi nueva forma de ver el mundo, me doy cuenta que lo aprendido con sudor, dolor y valor me sirven aún, me genera una fortaleza adicional.

Entre líneas el Crnl. Gaibor narra sobre los valores adicionales que existen cuando uno se ha decidido por usar el uniforme y, más aún, cuando lleva el peso de las alas paracaidistas sobre la cabeza.

Sudor, dolor y valor, son parte
de la mística de llevar la
Boina Roja.
Las emociones transmitidas en aquellas páginas hacen que "desempolve" mi Boina Roja y la use para seguir leyendo, hasta que llego al final del capítulo 7 y me quedo mirando el infinito y memorizando aquel consejo impreso con letra cursiva: "Si sientes que estás amenazado, retírate en silencio y prepárate; al rayar el alba, fortalecido como estés: será tu sorpresa, la que aniquile al oponente."

Un buen día de salto,
llegar a tierra y encontrarse
con los compañeros sanos
y salvos.
Regreso entonces a mi recuerdos, a los momentos en que el trabajo diario era estar siempre listo, en no dejar nada al azar y saber enfrentar los momentos necesarios para el gran día del primer salto. No recuerdo la fecha en que nos trasladaron a Esmeraldas, allí sería la ocasión para saber si es que los duros entrenamientos tendrían resultados.

Subir al avión, acomodarse y sentir el cuerpo pegajoso por el clima y por el miedo-valor, hasta que llega el momento de los gritos porque estamos listos para llegar a la zona de salto... siguen los gritos del jefe de salto, reviso las correas que ajustan el paracaídas a mi cuerpo, el gancho nunca salió de mi mano. "Enganchar y asegurar" fue la orden, no había macha atrás y a caminar hasta la puerta del avión; el resto es autocontrol para sentir la fuerza del aire en el rostro y la conciencia que se cae al vacío.

Llega el tirón, la cúpula abierta y el descenso es mucho más lento, pero es apenas el primera paso, porque luego vienen los saltos con equipo y armamento, con la certeza que en algún momento será para entrar en combate y que el enemigo está allá abajo, listo para meterte un tiro mientras caes.

La 94 de Paracaidismo en la
BFE Patria.
Como paracaidista aprendes el arte de preparación y cuidado del equipo porque de eso depende tu vida; aprendes el arte de sentir miedo como una forma de contrarrestar problemas, del frío análisis cuando el riesgo es evidente. Y el libro me trajo, además, el nombre de otras de las acciones que las cumplo aún: la pausa táctica. 

Pasan las horas y las hojas, poco a poco llego al final del testimonio de vida militar de Marcelo Gaibor, y aunque no presté servicios bajo su mando, se que en esas crónicas están reflejadas las gestas que en silencio y humildad cumplimos los Boinas Rojas.

Uno de los retos en el entrenamiento
es ser el porta banderín, al que
se lo cuida con la vida al igual que
al arma.
Los tiempos son otros, el entrenamiento es otro, el equipo de salto es otro... pero estoy seguro que el entrenamiento es el mismo: duro exigente, sacrificado y de fortalecimiento diario sin miramientos ni privilegios. 

Página 257, la última y casi al cerrar el libro, en la solapa posterior encuentro la lección que arma el sentido de ir a mi pasado y regresar para fortalecer mi actual presencia: "Con el firme propósito de asumir solo y únicamente el control de cada una de nuestras vidas, en tiempos históricos, que sin dejar de ser difíciles, son controlables, viables y placenteros de difundirlos."

Extiendo mi mano, toco las doradas alas que conviven en mi Boina Roja y se que me la gané mientras llega el fin de mis días, hasta que mi calavera no sea más que polvo.

Historia relacionada: Forjados como PUMAS y un reencuentro 30 años después

23 de octubre de 2018

Una obra de arte llamada lucha libre

Debieron pasar 40 años para que volviese a estar al filo del ring para ser espectador de una obra única: la lucha libre.

Supe que en México están recobrando esta actividad cultural y en Estados Unidos es un verdadero atractivo tiene aforo completo, en antaño tenía como referencia a “Titanes en el ring” que llegaba desde Argentina; en Quito asistía al coliseo Julio César Hidalgo.

Hombres enmascarados que se enfrentaban, mitos de personajes que llegaban para generar delirio y desprecio desde los graderíos; esta vez en War Democracy fue como el salto en el tiempo para conocer a otros luchadores, para mirar desde la primera fila y al filo del ring a unos nuevos gladiadores entregados a su deporte y a su público.

La noticia me llegó por boca de Juan Sebastián Proaño, uno de los árbitros que son parte de este grupo de atletas, y fue una sorpresa saber que en uno de los miles de gimnasios que tiene la capital, se había juntado hombres y mujeres para entrenar en este complicado y duro arte de la lucha libre.

Fue noticia que no solo entrenaban, sino que preparaban espectáculos y convocaban al público para mostrar su arte y sus riesgosas  destrezas, en una obra cuidadosamente preparada y estructurada. No es un tema simple de escoger al azar un luchador para que enfrente a otro… es una real puesta en escena.

Al igual que las grandes obras, la lucha libre requiere de capítulos, de historias, de sorpresas, de drama, tragedia y comedia; un esfuerzo intelectual para encantar a los fanáticos, para tenerlos en sus sillas por más de dos horas, gritando y aplaudiendo, abucheando y glorificando.

En aquel 22 de septiembre del 2018, en un ring al norte de Quito, en un lugar que en otrora pudo ser una bodega o una fábrica, se había acondicionado el espacio para la platea, luces y sonido completaban el ambiente, en el centro el escenario con las cuerdas que son un límite imaginario en que se representa una parte de espectáculo y en el que los actores están autorizados a salirse si así lo exige la producción teatral.

Inició el espectáculo tan como exigen los cánones para estos casos con una explicación que rompe la monótona espera, las luces cumplen su rol, el discurso inicial se aleja abruptamente de la timidez y la pasividad, la idea que existirá una confrontación se hace presente…

Y la primera pelea ya fue, pasa aparentemente rápido en la introducción de la obra, para la segunda la sorpresa es grande cuando se anuncia que una pareja de luchadoras se enfrentará a una de hombres…el árbitro y los cuatro luchadores se entregan a su papel, pero ocurre lo que no se acostumbra en estos tiempos. De una casi una segura victoria se pasó a una derrota, el resto de luchadores salen a defender a sus colegas. Imposible de describir lo que ocurrió aquella noche pero sirvió para enganchar más a los fanáticos que llegamos y que no hubo cómo predecir el final.

Y el clímax de la obra estuvo centrada en el alcanzar el ansiado cinturón, símbolo de la victoria sobre otras victorias, de efímera posesión pero de gran valor para quien lo tenga en su poder. ¿Por qué un cinturón? Parte de la cultura de la lucha libre y de un mito-realidad; seguramente muy pronto lo descubra.

Pasa el tiempo y en cada párrafo de esta obra no hubo violencia, vi a humanos que habían convertido a su deporte en una forma de vida, tal cual lo hacen las estrellas del cine o del teatro convencional; presencié a personas con entrenamiento y profesionalismo, estuve en un lugar en que el arte escénico me recordó los relatos de antaño en un algo muy parecido a la tradición oral.

Y, claro, en War Democracy no faltó el vestuario perfectamente diseñado y acorde con con el papel que cada luchador representaba, ropajes que lanzan mensajes imaginarios al público, que se convierten en identidad de sus protagonistas. ¿Y las máscaras? También estuvieron en el ring y contar de ellas es otra de las aventuras de este recorrido por los caminos de la lucha libre, a la que pienso dedicarle un capítulo aparte.

Por ahora quiero dejar constancia que esa indumentaria es parte trascendental de la magia en esta obra puesta en escena, máscaras que vislumbran misterio y realidad de sus propietarios, en compatibilidad con lo que son en el escenario.

Adoptar y tener una máscara no es un tema simple, hay que estudiar la personalidad que el luchador quiere adoptar, saber cómo quiere que lo miren sus fanáticos, el diseño debe ser espectacular y no cualquier persona la puede diseñar y construir. 

Sin conocer el rostro de esos luchadores, incluida una mujer, cerró el espectáculo al que valió la pena asistir y ser parte de él, una entrada bien pagada y un tiempo bien utilizado, pues resulta un buen espacio para conocer y entender otra expresión cultural que de alguna manera está arraiga y escondida en muchos lugares de Ecuador. Tal vez en un tiempo no muy lejano, estos luchadores tengan grandes espacios en las webs especializadas y en las páginas deportivas de los diarios o en la pantalla de la televisión.

Espero pronto otro llamado para emprender el viaje hacia ese ring lleno de sudor, esfuerzo y entretenimiento puro.

Pero como aún no puedo describir con palabras las luchas, decidí que sí podía mostrarlas en vídeo:



6 de octubre de 2018

¿Por qué somos sucios?

De entre tantos inconvenientes reales que tenemos en Ecuador, uno es el de la basura. Solamente pensemos que producimos cerca de 13 mil toneladas diarias de desechos sólidos, como lo llaman los expertos. ¿Por qué es un problema? Porque el país se ve sucio.

Las políticas al respecto al parecer son claras pero la cantidad supera la capacidad de recolección, pero hay un agravante: existimos muchos sucios.

Es incomprensible como en muchas playas, carreteras, veredas, parques y en casi todo sitio público las personas esparcen sus desperdicios… la basura no llega sola hasta esos sitios. En contraparte existe otro grupo humano que por trabajo y por iniciativa propia limpian esos espacios.

Viene al caso comentar sobre la gran campaña mundial contra el plástico y los daños que provoca en el ambiente; pero el plástico no tiene la culpa, la culpa es de quien bota todo producto en donde caiga. ¿Por qué no hay acciones contundentes contra los sucios?

Uno de los “damnificados” de esa campaña son los sorbetes, popotes o cualquier nombre que tengan; pensemos si ese producto tiene vida propia, analicemos si es que eliminarlos es un remedio. En iguales circunstancias están las fundas plásticas.

Los humanos estamos trasladando nuestras ineficiencias hacia objetos inanimados. ¿Entonces qué hacer frente a la contaminación de los desechos sólidos?

En Ecuador están de moda las famosas “mingas de limpieza”, un tipo de acciones conjuntas para recoger las basuras que otros dejan, se las hace como si fuesen acciones cívicas cuando la realidad es que tienen otra connotación en cuanto al mensaje: ensucie lo que quiera que yo lo limpio.

Me asombra leer en las noticias la cantidad de basura que se recogen en las mingas, es como si fuese un acto heroico.

Pero avancemos en este mundo de sucios y las marcas que dejan a su paso. Tuve la oportunidad de conocer la propuesta ecoturística llamada Río Muchacho, allí no había tachos para la basura y cuando consulté me dijeron: aquí nada se desperdicia y por favor llévese su propia basura. Los sucios reclaman que no hay tachos de basura en dónde ellos quieren.

Entonces está en escena un actor fundamental: la municipalidad, que en verdad es un tema bastante oscuro todo el andamiaje que disponen para la recolección, traslado y disposición final de los desechos sólidos; además de tratar con aquellos ciudadanos que les importa un carajo lo que ocurra con la basura.

También está el famoso reciclaje, una de las actividades más costosas que existen para solucionar este problema de los desechos sólidos (esto merece un análisis aparte). Están quienes recogen ciertas basuras pero para poder ganar algo de dinero y sobrevivir, que tampoco son una solución.

Hemos llenado de letreros que nos dicen “bote la basura en su lugar” o “prohibido tirar basura aquí” y así montón de palabras que se las lee bonitas y feas que, además, contribuyen a la contaminación visual.

Por alguna razón en Ecuador aún no iniciamos una lucha contra la suciedad y los sucios. Tal vez no sea una campaña políticamente correcta y quitaría popularidad a los funcionarios o a las marcas.

Existe la probabilidad que cuando dejemos de ensuciar inicie la verdadera descontaminación del planeta, de nuestro entorno; las municipalidades gastarán menos dinero y será hermoso siempre un paisaje urbano y rural limpio.

Propongo: cambiemos de enfoque, no luchemos contra la basura sino contra los sucios, así de drásticos.

Publicado en la revista La Verdad, edición agosto de 2018.

3 de octubre de 2018

Allan Karlsson: un viejo que se largó para seguir viviendo

Hago un alto al escribir sobre el entorno social y político en el que vivo y regreso sobre mis pasos para meditar sobre las lecciones que me dejó la novela de un viejo que se escapa, pero que no es un viejo cualquiera: tiene casi 100 años y ha recorrido el mundo.

Cada historia que el viejo recuerda sobre su vida pasada es como si estuviese leyendo Asterix, realidad más ficción; de titular largo para este tipo de novelas: "El abuelo que saltó por la ventana y se largó".

Jonas Jonasson relata lo que hizo Allan Karlsson desde que se escapó de aquella residencia para ancianos, pero antes está una de las frases en la dedicatoria con la cual ya me fui embrujando con aquel voluminoso libro: "Quienes sólo saben contar la verdad no merece ser escuchados".

Me fue complicado imaginar la apariencia física de de Allan, pero la manera de ir enfrentando las realidades de su caminar hacia ningún lado, me hacen suponer a un tipo que es frío e inmutable, que decide sobre la marcha. Más cuando enfrenta a un tipo rudo que lleva una chaqueta con la leyenda "Never Again" y que estará omnipresente durante toda una travesía de escapatoria tanto de la policía y la prensa como de una banda criminal.

Sin saberlo, aquel viejo logró tener en su poder casi 37 millones de coronas -digamos que unos 4.2 millones de dólares- con los que logra ir armando de causalidad un grupo de amigos que nada tienen de relación entre sí, pero que las circunstancias del viejo Allan los ata con hilos bastantes visibles (además del dinero) y en este grupo prófugo se incluye una elefanta.

La fuga del anciano se convierte en una noticia de primera plana que pone en duda la capacidad de la policía para encontrarlo; la noticia pierde portada hasta que el periodista de un diario local logra acceder a otros datos del tipo con la chaqueta de "Never Again" y el revuelo toma otra forma. (Esta fue una lección periodística)

Pero la fuga de Allan y la pesada maleta llena de coronas, no esta exenta de muertes, tal vez asesinatos no premeditados y otros colaterales, pero es una historia que debe contarse desde esa perspectiva para que los lectores no pensemos que es una simple fuga graciosa llena de anécdotas. Los cadáveres desaparecen dejando huellas y aparecen con pistas falsas, así mismo casuales.

Según narra Jonasson, el abuelo nació en 1905 y la vida de su padre revolucionario y la muerte de su madre lo llevaron a enfrentar su existencia con impresionante calma, desde su estadía en campos de concentración pasando por lujos con presidentes y políticos de alto nivel en Europa y Asia, hasta que llegó a Estados Unidos, allí estuvo en un proyecto secreto gracias su capacidad para entender y manejar explosivos. Entonces se entiende la foto de la portada.

Cada párrafo y cada fecha con la que comienza un capítulo tiene un significado en la narrativa, nada es un cabo suelto o una frase puesta al azar: es una conexión literaria que contiene de manera perfecta aquello que aprendí en la redacción de historias periodísticas como "visagra".

No es una novela que termina con Allan de regreso a la casa de ancianos ni termina prisionero, porque antes conoce al amor de su nueva vida gracias a esa maleta llena de dinero y que poco a poco sirvió para ir armando las otras vidas de quienes se convirtieron en sus nuevos mejores amigos, los que siempre le ofrecieron un aguardiente.

"El abuelo que saltó por la ventana y se largo" es una trama compleja que poco a poco se enreda con el aparecimiento y desaparición de nuevos personaje muy bien concebidos -algunos llegan hasta le final- que al mismo tiempo cada vivencia suelta encaja perfectamente y que es utilitaria para saber que el cúmulo de experiencias y amistades son las que cuentan al final. 

Ni llegando al prólogo se sabe si el metódico viejo armó un plan para cada circunstancia y que todo saliera perfecto conforme sus gustos personales.

Allan me dejó la otra lección: uno no puede llegar a viejo y quedarse allí, sobre todo cuando dice: "Me parece que sólo hay dos cosas que sé hacer mejor que la mayoría de la gente. Una es es convertir la leche de cabra en aguardiente, y la otra fabricar una bomba atómica" Entonces empezó otro trabajo a pesar que ya había cumplido los 100 años.

Gracias María Mercedes.