Páginas

25 de diciembre de 2021

Sobre el aburrimiento y la pereza

Cada amanecer es la gran oportunidad para mejorar nuestra vida, bien sea porque trabajamos en los planes previstos o porque necesitamos enfrentar retos grandes y pequeños; en ocasiones también despertamos cansados, sin ningún horizonte, con las ganas de no hacer nada o de simplemente dar las espaldas a las responsabilidades y obligaciones.

Nuestro entorno tiene muchos estímulos para que trabajemos, con motivaciones para que luchemos por nuestros sueños, para que seamos fuertes y productivos; el asunto es que ni la pereza ni el aburrimiento son bien vistos y hasta son motivo de desprecio.

¿Cuándo fue la última vez que Usted, amable lector, sintió aburrimiento? ¿Cuál es la reacción de su familia, amigos o compañeros de trabajo cuando les comenta que está aburrido?

Y entonces vamos a otro lado de la vida, al de la pereza. No, tampoco es socialmente aceptado que la tengamos, es mal vista, es sinónimo de ineficiencia, de ser una persona sin aspiraciones y hasta un anti valor. Sentirla nos hace sentir culpables e inútiles. Nos dicen que es inaceptable.

Reflexionemos por unos momentos a partir de la siguiente pregunta: ¿Cuántas horas al día pasamos cumpliendo obligaciones y respondiendo a nuestras responsabilidades?  

Pero también hagámonos otra pregunta ¿Cuándo fue la última vez que nos dejamos llevar por la pereza?

Por cierto, las redes sociales virtuales y la mensajería instantánea inexorablemente son parte de nuestra actual vida, sea profesional, social, laboral o productiva y hasta personal, tanto que nos impulsa a que estemos constantemente revisando los chats, respondiendo, poniendo likes, interactuando.

Las redes sociales en lo laboral es una obligación de casi 24/7; además existe y es una realidad la cultura del WhatsApp; entramos por unos minutos a ese escenario porque es otra “obligación” de nuestro diario vivir.

Dice Verónica Ruiz del Vizo: “Hay una cultura en WhatsApp de esperar a que te respondan de inmediato. Que el otro deje todo lo que hace, para atenderte. Si no lo hace, genera ansiedad, frustración e incluso molestia. Se asume el derecho de imponerse en la agenda del otro y la idea de que lo urgente soy yo.”

Y la post gran cuarentena agravó la dependencia emocional, laboral, informativa, social y familiar de este sistema de mensajería instantánea. En este escenario también entran los correos electrónicos y las llamadas telefónicas ahora que el Internet está en casi todos los lados.  

Regresamos a nuestro tema central. Es omnipresente la presión para que estemos en constante actividad, en que no desperdiciemos el tiempo en cosas banales y casi nada productivas, a que no descansemos porque “cuando muramos ya tendremos tiempo para descansar” o el “avisa si no tienes nada que hacer para darte trabajo”.

Entonces empieza a escucharse la otra expresión construida sobre la nada: para mejorar tienes que salir de tu zona de confort. Y la presión de la productividad nos saca a patadas de ese espacio íntimo, de ese lugar por el que trabajamos día a día, por esos momentos en que, como humanos, damos rienda suelta a nuestros placeres, gustos y disfrute de nuestro tiempo en cualquier momento del día. Y también nos han inculcado irracionalmente el refrán “La ociosidad es la madre de todos los vicios”.

Pues bien, la pereza y el aburrimiento son dos actitudes tan válidas como como el amor, la nostalgia y la alegría; son síntomas beneficiosos para nuestra mente, para pensar en relax sobre nuestra existencia, sobre lo que nos preocupa o lo que realmente nos llenaría de satisfacciones personales, íntimas.

Miremos hacia otro lado. Cuando nos dejamos llevar por el aburrimiento es una señal que hemos entrado en un estado de monotonía, que nos hemos cansado de las actividades repetitivas del día a día, que nuestra imaginación y creatividad están en decadencia.

Pero esos momentos en que estamos aburridos, es cuando más aparece la inspiración, cuando con más tranquilidad analizamos las soluciones a nuestros problemas sin la presión de la urgente, diseñamos caminos.

Cuando nos invade la pereza, es la misteriosa señal que envía nuestro cuerpo sobre los daños que podría estar provocando el constante movimiento físico, en que las ordenes de lo social nos presiona para que estemos en actividad “por nuestro bien”.

Pero en esos momentos en que estamos con pereza, es cuando nuestro cuerpo, así mismo, misteriosamente, empieza a recuperarse, a reacomodarse y a sentir una relativa comodidad.

Quizás médicos y psiquiatras puedan darnos luces sobre esos misterios.

Con su permiso, entonces, les cuento que disfruto de mis momentos de pereza y aburrimiento, que los uso para meditar sobre mis obligaciones y responsabilidades, para entender con mejores razones los planes que tengo para lo que me resta de vida y para dejar, por unas horas, que mi mente, espíritu y cuerpo se pongan de acuerdo sobre mi presente. Pero debo hacerlo en secreto.

Como corolario les comparto mis dudas: ¿Por qué no darnos tiempo para disfrutar de nuestra pereza y aburrimiento? ¿Acaso por vivirlos el mundo se acabará o el planeta dejará de moverse? ¿Quiénes nos juzgan por decir que estamos aburridos? ¿Es tan malo sentir pereza?

Publicado originalmente
en La Verdad - Edición 401
Diciembre de 2021