Cada amanecer es la gran oportunidad para mejorar nuestra vida, bien sea porque trabajamos en los planes previstos o porque necesitamos enfrentar retos grandes y pequeños; en ocasiones también despertamos cansados, sin ningún horizonte, con las ganas de no hacer nada o de simplemente dar las espaldas a las responsabilidades y obligaciones.
Nuestro entorno tiene muchos estímulos para que trabajemos, con motivaciones para que luchemos por nuestros sueños, para que seamos fuertes y productivos; el asunto es que ni la pereza ni el aburrimiento son bien vistos y hasta son motivo de desprecio.
¿Cuándo fue
la última vez que Usted, amable lector, sintió aburrimiento? ¿Cuál es la
reacción de su familia, amigos o compañeros de trabajo cuando les comenta que
está aburrido?
Y entonces
vamos a otro lado de la vida, al de la pereza. No, tampoco es socialmente
aceptado que la tengamos, es mal vista, es sinónimo de ineficiencia, de ser una
persona sin aspiraciones y hasta un anti valor. Sentirla nos hace sentir
culpables e inútiles. Nos dicen que es inaceptable.
Reflexionemos
por unos momentos a partir de la siguiente pregunta: ¿Cuántas horas al día
pasamos cumpliendo obligaciones y respondiendo a nuestras responsabilidades?
Pero
también hagámonos otra pregunta ¿Cuándo fue la última vez que nos dejamos
llevar por la pereza?
Por cierto,
las redes sociales virtuales y la mensajería instantánea inexorablemente son
parte de nuestra actual vida, sea profesional, social, laboral o productiva y
hasta personal, tanto que nos impulsa a que estemos constantemente revisando
los chats, respondiendo, poniendo likes, interactuando.
Las redes
sociales en lo laboral es una obligación de casi 24/7; además existe y es una
realidad la cultura del WhatsApp; entramos por unos minutos a ese escenario
porque es otra “obligación” de nuestro diario vivir.
Dice
Verónica Ruiz del Vizo: “Hay una cultura en WhatsApp de esperar a que te
respondan de inmediato. Que el otro deje todo lo que hace, para atenderte. Si
no lo hace, genera ansiedad, frustración e incluso molestia. Se asume el
derecho de imponerse en la agenda del otro y la idea de que lo urgente soy yo.”
Y la post
gran cuarentena agravó la dependencia emocional, laboral, informativa, social y
familiar de este sistema de mensajería instantánea. En este escenario también
entran los correos electrónicos y las llamadas telefónicas ahora que el
Internet está en casi todos los lados.
Regresamos
a nuestro tema central. Es omnipresente la presión para que estemos en constante
actividad, en que no desperdiciemos el tiempo en cosas banales y casi nada
productivas, a que no descansemos porque “cuando muramos ya tendremos tiempo
para descansar” o el “avisa si no tienes nada que hacer para darte trabajo”.
Entonces
empieza a escucharse la otra expresión construida sobre la nada: para mejorar
tienes que salir de tu zona de confort. Y la presión de la productividad nos
saca a patadas de ese espacio íntimo, de ese lugar por el que trabajamos día a
día, por esos momentos en que, como humanos, damos rienda suelta a nuestros
placeres, gustos y disfrute de nuestro tiempo en cualquier momento del día. Y
también nos han inculcado irracionalmente el refrán “La ociosidad es la madre
de todos los vicios”.
Pues bien,
la pereza y el aburrimiento son dos actitudes tan válidas como como el amor, la
nostalgia y la alegría; son síntomas beneficiosos para nuestra mente, para
pensar en relax sobre nuestra existencia, sobre lo que nos preocupa o lo que
realmente nos llenaría de satisfacciones personales, íntimas.
Miremos
hacia otro lado. Cuando nos dejamos llevar por el aburrimiento es una señal que
hemos entrado en un estado de monotonía, que nos hemos cansado de las
actividades repetitivas del día a día, que nuestra imaginación y creatividad
están en decadencia.
Pero esos
momentos en que estamos aburridos, es cuando más aparece la inspiración, cuando
con más tranquilidad analizamos las soluciones a nuestros problemas sin la
presión de la urgente, diseñamos caminos.
Cuando nos
invade la pereza, es la misteriosa señal que envía nuestro cuerpo sobre los
daños que podría estar provocando el constante movimiento físico, en que las
ordenes de lo social nos presiona para que estemos en actividad “por nuestro
bien”.
Pero en
esos momentos en que estamos con pereza, es cuando nuestro cuerpo, así mismo,
misteriosamente, empieza a recuperarse, a reacomodarse y a sentir una relativa
comodidad.
Quizás
médicos y psiquiatras puedan darnos luces sobre esos misterios.
Con su
permiso, entonces, les cuento que disfruto de mis momentos de pereza y
aburrimiento, que los uso para meditar sobre mis obligaciones y
responsabilidades, para entender con mejores razones los planes que tengo para
lo que me resta de vida y para dejar, por unas horas, que mi mente, espíritu y
cuerpo se pongan de acuerdo sobre mi presente. Pero debo hacerlo en secreto.
Como
corolario les comparto mis dudas: ¿Por qué no darnos tiempo para disfrutar de
nuestra pereza y aburrimiento? ¿Acaso por vivirlos el mundo se acabará o el
planeta dejará de moverse? ¿Quiénes nos juzgan por decir que estamos aburridos?
¿Es tan malo sentir pereza?
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