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18 de agosto de 2021

El poder político y mediático de la felicidad

Considero que cada uno de los seres humanos que estamos sobre el planeta Tierra, de una u otra forma, llevamos en nuestra mente el alcanzar la felicidad, porque la necesitamos para dar más sentido a nuestros objetivos. Pero lo que la mayoría desconocemos es que alguien ya se apropió de esa intención.

Cuando se analizan los aspectos de nuestra felicidad, casi es una regla que los pensamientos se vayan a la nueva la literatura de autoayuda, a los discursos del coaching y el neo-positivismo, a las recetas que cientos de personas nos venden en videos y charlas motivacionales; del otro lado, muy pocos tapamos esa luz frontal que nos ciega y descubrimos que es un elemento en la discusión política y de las ofertas gubernamentales.

Como un acuerdo previo de este artículo: la felicidad es una suma de sensaciones positivas que fueron cosificadas y por tanto está en el nivel privado, para que pensemos que el sufrimiento es un asunto personal.

Y no me voy a detener para revisar los aspectos de “coaching” porque mi objetivo es exponer el uso político para generar simpatías emocionales en la administración de pública; diría que es llegar a la antesala del populismo y puerta de entrada a la apropiación de la libertad individual.

Parto de ciertas preguntas que están en los estudios preliminares del Marketing y la comunicación gubernamental: ¿Las políticas públicas son para generar la felicidad de los ciudadanos? además ¿Los gobiernos (nacionales/locales) tienen la obligación o deben dar felicidad a la sociedad? y la tercera para triangular: ¿Qué herramientas debe proporcionar el Estado para que los ciudadanos decidamos lo que nos da felicidad?

Mi primer punto de apoyo: “…el Estado es en sí mismo invisible e inaudible que debe hacerse ver y escuchar a cualquier precio…” Una de las argumentaciones en el libro El Estado Seductor, escrito por Regis Debray; consecuentemente tiene la necesidad de visibilizarse, de usar todos los recursos, lícitos y cuestionables, para decirle a los ciudadanos: ¡¡Existo!!

Para ello sirven las encuestas de opinión pública, para medir la satisfacción que tienen los grupos objetivos y el estado de ánimo de los ciudadanos, pero que se expone como la “aceptación y popularidad” del gobernante para, sobre eso, construir el discurso de la felicidad.

Entonces, los análisis de ese discurso es multiarístico, desde lo que parecería banal como la ropa, pasando por los gestos hasta llegar a entender la real dimensión del mensaje en su integralidad y se toman el recurso literario de la verosimilitud, para generar un lenguaje que se vuelca a la creación de un mundo feliz, de tal que se muestra discursivamente el camino a la felicidad, que pueda ser vivido y recorrido por el ciudadano en general.

Por tanto, percibo que el entramado de la política, lo político y la felicidad está relacionado con la comunicación social. ¿Cómo se lo aplica en las altas esferas gubernamentales para crear imaginarios sociales y personales? 

Para seguir me apoyo en lo expresado por Mateo Aguado en “Sobre felicidad, política y desarrollo” pues “… sería lógico pensar, entonces, que el objetivo último de la economía y de la política de cualquier país decente debería ser el trabajar en pro de la felicidad de sus habitantes… Para cualquier gobierno que se considere a sí mismo íntegro y honesto, preocuparse por su pueblo debería ser sinónimo de comprometerse por la felicidad de su gente.”

Pero ¡¡Oh!! Sorpresa: “El impulso autoritario ilustrado en nuestra historia busca imponer una versión particular de la felicidad en una gran variedad de personas. No tiene en cuenta el hecho de que la felicidad significa cosas diferentes para diferentes personas.” (Renew Democracy Initiative - rdi.org)

Y claro, los gobernantes en su inmensa sabiduría, deciden que el objetivo de su trabajo es dar felicidad pero que, al ser complicado lograrlo, recurren a estrategias para evitar el dolor en los problemas que tenemos los ciudadanos y, al mismo tiempo, les sirve de escudo para la algofia que padecen.

¡¡Eureka!! La fórmula es muy simple e imagino una disposición en las reuniones ministeriales: de ahora en adelante, todo lo que hagamos como gobierno será para expulsar el dolor de los ciudadanos y así no interrumpimos la comunicación que nos permite ser visibles y amados. 

Por tanto, a través de la comunicación institucional, se edifica una sociedad sin verdades que puedan causar sufrimiento y, si eso ocurre, explicar detalladamente quién fue el culpable. 

Pues bien, el poder político gubernamental tiene una punta de lanza impresionante: la fuerza mediática instaurada en las redes sociales virtuales, que supera a los medios de comunicación que hacen periodismo on line y off line, hasta el punto de expatriar a quien causa dolor social por publicar las verdades de la gestión pública.

Entonces, cuando las autoridades nos hacen creer que trabajan para hacernos felices, lo que en realidad están intentado es imponernos su visión de felicidad y eso es, desde cualquier punto de vista, una manera de quitarnos la libertad de decidir sobre nosotros mismos.

Amable lector ¿Se ha puesto a pensar en las herramientas que necesita para construir en libertad su propia felicidad sin influencia del poder mediático o si alguien de su entorno le impone lo que a Usted le debe hacer feliz?

Publicado originalmente en La Verdad 
Edición No. 396 de julio - 2021