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29 de octubre de 2008

Legión de la Vieja Calavera


El planeta Tierra es maravilloso. El intangible cielo es mágico. Lo maravilloso y lo mágico se junta cuando existe la oportunidad de volar. Se vuela en avión pero no se siente ni el viento ni el olor del cielo y la tierra. Para eso existe el paracaidismo.

Saltar de un avión, ser paracaidista, es una experiencia única. Hoy abundan los paracaidistas civiles y militares; hoy 29 de octubre de 2008 escribo este artículo en memoria de quienes usan o tuvimos el honor de usar la Boina Roja. Y es que la Boina Roja es un símbolo del paracaidista militar ecuatoriano y tras de ello hay toda una filosofía de vida, también mitos y verdades.

Yo conocí esa vida y soy testigo. La historia de esta fecha está marcada en el calendario, lo resumo muy brevemente, cuando el 29 de octubre de 1956 en Salinas, ahora provincia de Santa Elena, desde un avión de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, varios soldados que habían recibido un fuerte entrenamiento realizaron los primeros saltos de paracaidismo en Ecuador; para esto en 1995 se estableció la Escuela de Paracaidismo que con el perfeccionamiento del Ejército Ecuatoriano, pasó a ser la Brigada de Fuerzas Especiales.

Ostentar las alas en el uniforme y lucir la Boina Roja no es por solo hecho de haber saltado de un avión, requiere que el aspirante a paracaidista se prepare físicamente por lo que debe practicar a diario gimnasia, natación y trotar, hasta que el cuerpo se adapte al esfuerzo supremo.

Además debe instruirse en el manejo del paracaídas, su funcionamiento, los riesgos existentes y sus posibles soluciones, el impulso al vacío, la rodada (aterrizaje) y las reglas de seguridad; siempre considerando las estrategias de combate, porque un soldado no puede desprenderse ni de su fusil, ni de las municiones y peor de su mochila, todo indispensable para un combatiente. Una cosa es saltar solo con paracaídas y otra con el armamento completo.

Solo cuando se salta como soldado y se topa tierra es que se conoce al verdadero paracaidista, solo en ese momento es que se reconoce que el entrenamiento y los esfuerzos físicos y mentales han sido útiles.

Y bueno, en este tema hay mitos, leyendas y verdades; por ejemplo, se especula que este grupo de combatientes, los paracaidistas, son despiadados y otros atributos deshumanizados, pues no, ese es un mito que ha nacido de otras realidades no las de los soldados ecuatorianos. Son humanos con sentimientos pero altamente entrenados para cumplir la misión asignada y que vive con la convicción de que las tropas paracaidistas nunca mueren, solo van al infierno a reagruparse.


La leyenda que los paracaidistas no le tienen miedo a la muerte es una realidad pues están convencidos que es preferible muertos pero jamás vencidos; una verdad es que la misión encomendada a los paracaidistas, en tiempos de paz y de guerra, no depende de un solo hombre, por lo que deben cultivar la verdadera camaradería.

Otra de las leyendas interesantes de los paracaidistas es sobre la Oración del Paracaidista, y cuentan que en el bolsillo de un anónimo paracaidista francés muerto durante la Segunda Guerra Mundial, se encontró un manuscrito que resume todo lo el significado de paracaidista; esta Oración es parte de los ritos militares y se la recita con ferviente idealismo y coraje. Esta Oración dice:
 
Dadme mi Dios lo que te resta, dadme lo que jamás nadie te pide 
Yo no te pido el descanso ni la tranquilidad del alma ni del cuerpo.


Yo no te pido la riqueza ni el éxito, ni siquiera la salud 
Todo eso mi Dios te piden tanto que no debes tener más 
Dadme mi Dios lo que resta, dadme lo que la gente rechaza.

Yo quiero la inseguridad y la preocupación 
Yo quiero la tormenta y la fatiga 
y que tu me la des mi Dios definitivamente.


Que yo esté seguro de siempre tenerlas,
porque no siempre tendría el coraje para pedírtelas.

Dadme mi Dios lo que los demás no quieren,
pero dadme también
el coraje, la fuerza y la fe.
 

En definitiva un soldado paracaidista requiere de una gran fortaleza física, una mística de trabajo, acérrimo defensor de la Patria; caballeros de la paz y demonios de la guerra, a sabiendas que la disciplina y la consciente obediencia son base de la efectividad.

Y es que estos soldados saben que nunca deben hablar en público de su misión, actuar pensando que primero el fusil y luego el resto; sobre todo el cuidar el equipo por que de él depende la vida.

Día a día estos soldados, como yo lo hice en mi época al igual que otros cientos de paracaidistas que en cada momento de su vida, trabajamos por hacer más grande a Ecuador, siempre listos para afrontar cualquier adversidad que afecte a los ciudadanos civiles o la nación. Su valor está toda prueba al igual que su patriotismo.  

Salud en su día compañeros de la Legión de la Vieja Calavera.

20 de octubre de 2008

TAGUA, con papel y lápiz

Debí escribir este comentario hace tres meses. La idea se fue a mi cajón de sastre y hoy la he recuperado. El asunto tiene que ver con mi experiencia con el libro TAGUA escrito por Ricardo de la Fuente, la grave crisis literaria que tuve y cómo la resolví.

Conocí a Ricardo hace algunos años, cuando yo ejercía el periodismo en la ciudad de Manta – Ecuador, aunque no tuvimos muchas oportunidades a sentarnos a conversar sobre asuntos de interés mutuo. Con el paso del tiempo, a través de los medios de comunicación social, me fui enterando que había publicado algunos libros. Realmente no tuve acceso a comprarlos. Una lástima, pero…

Un día, de visita en la casa de mi amigo Jipson Lavayen, quien le ayuda con el blog de Ricardo (http://www.manabivende.com/), sobre un escritorio, junto a la computadora me percaté que estaban unos 10 libros de igual forma, color y tamaño; el primero de esos libros tenía como nombre TAGUA del autor Ricardo de la Fuente, mis ojos analizaron la portada y pensé que sería mi primera oportunidad de leer una de las creaciones de Ricardo. Jipson me dijo que esos libros eran para la venta y sin más, pagué el valor y al fin podía tener un libro de Ricardo para leerlo.

Esto ocurrió en una noche, así que al otro día me dije que leer a Ricardo de la Fuente debía ser un acto de análisis de riguroso… al fin y al cabo lo considera un amigo que seguramente podría aceptar mis críticas. Con papel y lápiz me acomodé en mi escritorio, escribí la fecha y hora en que empezaba la lectura, tomé el libro, leí los datos iniciales, sin problema pues tenía el registro de ISBN, pasó la primera prueba. Anotación realizada. Luego una breve aclaración al lector, tampoco problema. Dedicatoria… igual. Lectura rápida y casi obligatoria, sin mi mayor atención. Otro escrito bajo el título “Antes de comenzar…” igual, aclaraciones, puestas en contexto. Nada digno de anotar. Y empieza la primera parte.

Para esto ya había anotado mis observaciones sobre la portada y su diseño, el tipo de papel y como estaba encuadernado, igual la contraportada. Mi apreciación sobre color del libro también quedó plasmada en esa hoja, que de a poco se llenaba y se llenaría de anotaciones. Afine mi lápiz, me dije ahora si empieza lo bueno.

La lectura fue detallada, fijándome en como estaba escrita cada palabra, la posición de los signos de puntuación y la tipografía. Y así fui avanzando cada página, el tiempo pasaba y me sentía que avanzaba bien, muchas anotaciones. Perfecto. Tuve que dejar la lectura, puse el separador de páginas, cerré el libro para dedicarme a mis actividades laborales. Habían pasado cerca de 90 minutos del inicio del análisis crítico del libro publicado por mi amigo Ricardo.

Pasó el día como todos los días: oficios, revisar correos, conversaciones, consultas, y demás, hasta que llegó la hora de regresar a casa. Tomé mis lentes, mi teléfono, mis cigarrillos y por supuesto el libro de Ricardo. En el centro del libro la hoja con mis anotaciones, aprovecharía unos pocos minutos antes de dormir para seguir con la lectura de TAGUA. Cuando llegó la hora nocturna de seguir con la tarea autoimpuesta, cerca de la media noche, estaba listo para seguir: luz del velador encendida, libro en mis manos, tomé el separador y a la página en que me había quedado. El papel de mis apuntes a un lado junto al lápiz. Sigo con la lectura. A los 5 minutos que reinicié caí en cuenta que no sabía qué era lo que estaba leyendo, que no tenía memoria sobre lo revisado desde la página 11. Y claro a revisar mis apuntes y a una nueva ojeada de lo anterior.

Creí que el libro se lo merecía y que mi amigo me lo agradecería. Superado ese breve olvido, seguí con la lectura y mis apuntes. Hoja tras hoja que mis ojos recorrieron cada palabra y que mis manos hicieron las anotaciones del caso, sentí un vacío inmenso y no era de hambre; era otra cosa, revisé el reloj y me di cuenta que la madruga se acerba con interesante velocidad. Deje a un lado el papel y decidí que mis apuntes las haría al margen de cada hoja. Seguí con la lectura y los subrayados y las notas y demás marcas. Definitivamente, la primera luz del nuevo día se filtró por las cortinas de mi habitación. Pensé que había ganado bastante y que la aparente mala noche valió la pena.

Como es normal en día de trabajo: limpieza, aseo, afeitada, preparativos, un café y a la oficina. Libro en mano. Antes de iniciar mis labores decidí tomarme unos minutos para seguir con la lectura. Y se repitió lo que me ocurrió en la noche anterior: pérdida de memoria sobre lo leído. Quise repetir la operación de volver a revisar. Se vino una crisis a la que llamo literaria, que es el olvidar lo que se lee, no estar ubicado en contexto, no saber que se ha leído y el sentido de la lectura. No era normal lo me estaba ocurriendo. Entonces decidí que seguir con el análisis de TAGUA y el trabajo de Ricardo podía quedar pendiente hasta una nueva ocasión. Igual no era un asunto de vida y muerte, quizás luego podría retomarlo sin sentir esa crisis. Cerrado el libro sin el separador de páginas. Y a trabajar. Pasó el día.

En mi camino de regreso a casa supe el origen de mi crisis literaria que me causó TAGUA. Sobre mis pasos retorné a mi oficina a buscar sólo el libro y un borrador. En casa nuevamente, la merienda y a ocupar un cómodo sillón para leer el libro de mi amigo, no sin antes haber borrado todas esas notas al margen. Y el problema fue ese, confundí una producción literaria con un texto técnico o el análisis de un documento de trabajo. Mi amigo Ricardo de la Fuente no se merecía que tratara de esa manera a unos de sus esfuerzos. Y como en estos casos, empecé desde el principio con una sola idea en la mente: disfrutar de la lectura. Fue que una expresión de las que pasé como obvias en las que radicaba lo interesante del libro.

“Tagua, una historia de ultramar es una novela basada en personajes ficticios pero ambientada en un escenario real: la provincia de Manabí, en la costa central del Ecuador.” Además que directamente hace un aclaración “…ciertas circunstancias históricas han sido trasladas en la línea del tiempo para enriquecer el relato…”

Entonces me repetí con claridad “al diablo con la crítica” y empecé a disfrutar de la lectura, a sentirme traslado hacia los escenarios que de alguna manera conozco en persona, pues vivo en Manabí y he conocido sobre estas historias y demás los aspectos históricos a los que hace referencia Ricardo en su libro. Página tras página nuevamente mis ojos siguieron con vivo interés cada uno de los párrafos, de los personajes y sus aventuras y desventuras, alegrías y otras facetas de quienes aprendemos de Manabí en la edad adulta.

De igual manera, una a una se fueron las horas de la noche y pasaron las de la madrugada. Con el nuevo sol cerré el libro y por una extraña coincidencia el último párrafo mencionaba que “en ese instante, el sol dibujó una línea de fuego rojo y se hundió en el horizonte. FIN” Estoy satisfecho y con una inmensa duda ¿Cómo pude leer en apenas 5 horas una producción literaria que a Ricardo le llevó más de tres años de publicarla luego de grandes esfuerzos de investigación histórica?

La respuesta la obtuve cuando iniciaba mis tareas laborales de ese tercer día de tener un ejemplar de TAGUA en mi poder. Una novela no es más que una historia ficticia bien contada, que tiene una riqueza argumentativa sobre los hechos y que permite al lector vivir ese relato como si él fuera parte o si estuviera viéndola en un tercer plano.

Así es TAGUA, buen relato, entendible, interesante y que se deja leer. No es aburrida porque en forma permanente saltan los acontecimientos nuevos sostenidos en palabras claves. Con un hilo conductor bien definido de principio a fin. Ricardo de la Fuente, gracias por un cuento bien contado.

Y ya me olvidé de hacer una crítica a tu libro, solo te ofrezco esta vivencia como una muestra de agradecimiento y con la esperanza que siempre tus escritos tengan ese fino toque.