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16 de junio de 2020

Sobre mi espejismo: ¿Cuál nueva normalidad?


Desde el inicio de la cuarentena en Ecuador empezó a sonar la expresión “nueva normalidad” y fui uno de los creyentes que ahora la llamo un espejismo.
Con todo el mega impacto que desencadenó el contagio masivo, el encierro obligado de las personas y la paralización general de las actividades, desde muchos frentes se empezaron a trabajar para contrarrestar esos daños. Las iniciativas no faltaron.

Y fue el Internet la principal herramienta de supervivencia tanto para evitar un total aislamiento como para difundir información efectuada de lo que estaba ocurriendo que recayó principalmente en los gobiernos y los medios de comunicación; la actividad en las redes sociales virtuales se intensificó entre falsedades, llamados de auxilio y evidencias de crueles realidades, así como ejemplos de superación.

La expresión nueva normalidad fue tomando más fuerza, vimos cambios drásticos en las gestiones públicas, desde una paralización total hasta la prestación de servicios on line inimaginables; el sector privado que siguió con limitaciones mostró su capacidad de reinvención para no dejar de producir ni de vender ni de comprar.

Los contagios, los fallecimientos, los miedos y las crisis gubernamentales fueron las noticias de primera plana en los primeros 40 días, acompañadas de los esfuerzos empresariales por sostener a la sociedad, además de las crónicas humanas de esperanza y desengaño.
Pero seguimos apostando a la “nueva normalidad” como si fuese una religión, como si el golpe nos hubiese cambiado drásticamente hacia un nuevo mundo, pero fue hermosa ficción porque la realidad empezaba a develarse.

Día a día nos enteramos que la delincuencia común no había cesado sus actividades y los robos se cometían, pero estuvieron invisibilizados; el mundo narco continuaba con sus operaciones y aprovechando que las fuerzas del orden estaban más empleadas en el control para el fiel cumplimiento de la cuarentena, el microtráfico encontró la manera de proveer a los consumidores.
Un capítulo aparte merece el aumento significativo de la violencia intrafamiliar, los femicidios y ataques sexuales.

Hasta cierto punto creímos en la buena voluntad de algunos funcionarios, pero también resultó un fracaso. Las compras fraudulentas se mostraron públicamente, los pedidos de pagos ilegales por servicios públicos también tuvieron su espacio y el tráfico de influencias tampoco descansó, hasta donde se conoce. Indignó más la compra de insumos médicos y sanitarios con visibles muestras de sobreprecio y de baja calidad. La ayuda humanitaria también tuvo sus traspiés.

Cuando las medidas de restricción en circulación fueron aflojando, también regresaron a la escena los siniestros viales; choferes en las carreteras y calles urbanas siguieron conduciendo irresponsablemente. Y la tendencia es que pronto podría retornar la anormal masacre vial.
Las estafas, sobre todo en compras virtuales, no estuvieron al margen de diario vivir en cuarentena. Relatar el sinnúmero de casos merece mucho espacio aparte para conocer al cibercrimen en libertad de acción.

La tramitología inoficiosa pareció que estaba a un paso de desaparecer con la irrupción de las plataformas, pero no. Habría que evaluar caso por caso, empezar a registrar cada una de “ofertas institucionales” para encontrar que apenas fueron destellos mediáticos, pero que igual tendremos que seguir haciendo trámites presenciales.

Se reveló que el ocultamiento de la información pública es una práctica de antes, durante y seguirá cuando la turbulencia sanitaria termine y las personas regresen a sus actividades tanto sociales, burocráticas, de entretenimiento como de producción.



El debate legislativo no tuvo novedades de fondo, solo de forma al mirar a los asambleístas en pantallas pequeñitas. Parece que así seguirá hasta que las próximas elecciones del 2021.

Entonces, luego de este corto recorrido por las anomalías que fueron parte del pasado y primer trimestre del 2020 ¿De cuál nueva normalidad estamos hablando?  De ninguna, porque no existe. A lo sumo un poco más ordenandos por evitar los contagios.

El Gobierno, las municipalidades y otras instancias del poder político no ofrecen luces que quieren abandonar el control social, los funcionarios de primer nivel seguirán buscando cualquier tarima para mostrarse todo poderosos y omnipotentes, ansiosos por pasar dejar un legado más que en la práctica solucionar problemas. La propaganda seguirá invadiendo nuestras mentes.

El crimen organizado mantendrá su disfraz de corrupción política.
El sector privado, operativo y administrativo, seguirá con sus procesos para reinventarse cada día, con fines lícitos e ilícitos según su “visión y misión” al igual que sus prácticas diarias.
Fui engañado otra vez por espejismos y delirios febriles de la institucionalidad.

Publicado originalmente en la edición impresa No. 382 de La Verdad correspondiente a mayo de 2020.

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