Desde el inicio de la cuarentena en Ecuador empezó a sonar
la expresión “nueva normalidad” y fui uno de los creyentes que ahora la llamo un
espejismo.
Con todo el mega impacto que desencadenó el contagio masivo,
el encierro obligado de las personas y la paralización general de las
actividades, desde muchos frentes se empezaron a trabajar para contrarrestar
esos daños. Las iniciativas no faltaron.
Y fue el Internet la principal herramienta de supervivencia
tanto para evitar un total aislamiento como para difundir información efectuada
de lo que estaba ocurriendo que recayó principalmente en los gobiernos y los
medios de comunicación; la actividad en las redes sociales virtuales se
intensificó entre falsedades, llamados de auxilio y evidencias de crueles
realidades, así como ejemplos de superación.
La expresión nueva normalidad fue tomando más fuerza, vimos
cambios drásticos en las gestiones públicas, desde una paralización total hasta
la prestación de servicios on line inimaginables; el sector privado que siguió
con limitaciones mostró su capacidad de reinvención para no dejar de producir
ni de vender ni de comprar.
Los contagios, los fallecimientos, los miedos y las crisis
gubernamentales fueron las noticias de primera plana en los primeros 40 días,
acompañadas de los esfuerzos empresariales por sostener a la sociedad, además
de las crónicas humanas de esperanza y desengaño.
Pero seguimos apostando a la “nueva normalidad” como si
fuese una religión, como si el golpe nos hubiese cambiado drásticamente hacia
un nuevo mundo, pero fue hermosa ficción porque la realidad empezaba a
develarse.
Día a día nos enteramos que la delincuencia común no había
cesado sus actividades y los robos se cometían, pero estuvieron
invisibilizados; el mundo narco continuaba con sus operaciones y aprovechando
que las fuerzas del orden estaban más empleadas en el control para el fiel
cumplimiento de la cuarentena, el microtráfico encontró la manera de proveer a
los consumidores.
Un capítulo aparte merece el aumento significativo de la
violencia intrafamiliar, los femicidios y ataques sexuales.
Hasta cierto punto creímos en la buena voluntad de algunos
funcionarios, pero también resultó un fracaso. Las compras fraudulentas se mostraron
públicamente, los pedidos de pagos ilegales por servicios públicos también
tuvieron su espacio y el tráfico de influencias tampoco descansó, hasta donde
se conoce. Indignó más la compra de insumos médicos y sanitarios con visibles
muestras de sobreprecio y de baja calidad. La ayuda humanitaria también tuvo
sus traspiés.
Cuando las medidas de restricción en circulación fueron
aflojando, también regresaron a la escena los siniestros viales; choferes en
las carreteras y calles urbanas siguieron conduciendo irresponsablemente. Y la
tendencia es que pronto podría retornar la anormal masacre vial.
Las estafas, sobre todo en compras virtuales, no estuvieron
al margen de diario vivir en cuarentena. Relatar el sinnúmero de casos merece
mucho espacio aparte para conocer al cibercrimen en libertad de acción.
La tramitología inoficiosa pareció que estaba a un paso de
desaparecer con la irrupción de las plataformas, pero no. Habría que evaluar
caso por caso, empezar a registrar cada una de “ofertas institucionales” para
encontrar que apenas fueron destellos mediáticos, pero que igual tendremos que
seguir haciendo trámites presenciales.
Se reveló que el ocultamiento de la información pública es
una práctica de antes, durante y seguirá cuando la turbulencia sanitaria
termine y las personas regresen a sus actividades tanto sociales, burocráticas,
de entretenimiento como de producción.
El debate legislativo no tuvo novedades de fondo, solo de
forma al mirar a los asambleístas en pantallas pequeñitas. Parece que así seguirá
hasta que las próximas elecciones del 2021.
Entonces, luego de este corto recorrido por las anomalías
que fueron parte del pasado y primer trimestre del 2020 ¿De cuál nueva
normalidad estamos hablando? De ninguna,
porque no existe. A lo sumo un poco más ordenandos por evitar los contagios.
El Gobierno, las municipalidades y otras instancias del
poder político no ofrecen luces que quieren abandonar el control social, los
funcionarios de primer nivel seguirán buscando cualquier tarima para mostrarse
todo poderosos y omnipotentes, ansiosos por pasar dejar un legado más que en la
práctica solucionar problemas. La propaganda seguirá invadiendo nuestras
mentes.
El crimen organizado mantendrá su disfraz de corrupción política.
El sector privado, operativo y administrativo, seguirá con
sus procesos para reinventarse cada día, con fines lícitos e ilícitos según su
“visión y misión” al igual que sus prácticas diarias.
Fui engañado otra vez por espejismos y delirios febriles de
la institucionalidad.
Publicado originalmente en la edición impresa No. 382 de La Verdad correspondiente a mayo de 2020.
Mientras no entedamos que nuestro deber cívico también es participar actívamente de la politica, continuará el robo de los dineros públicos. Somos los ciudadamos,los llamados a detener estas pillerías.
ResponderEliminarSí, es indispensable que los ciudadanos entremos en el mundo de la política, como una acción de entender el funcionamiento de la gestión pública y así poder ejercer el control social. No debe confundirse ser político con el ejercicio de la función pública o ser candidato. Gracias el comentario.
EliminarEl único cambio de fondo que he venido apreciando es haber visto menos gente y menos automotores en las vías. Eso provocó que negocios de toda índole que estaban enseñados a ser muy cómodos, siendo solo receptores de clientes y no buscadores hacia afuera de su entorno físico, cerraran sus puertas.
ResponderEliminarLección de la pandemia dura pero necesaria para que aprendamos algo muy sustancial: debemos dejar de vivir corriendo desaforadamente tras el dinero, tras el tener más. Con lo indispensable en alimentación y vestuario más salud e instrucción deberían ser pilares de convivencia. De ahí el resto viene por añadidura, cuál resto, pues el crecer y desarrollarse honradamente.