Desde hace decenas de años se vio en el turismo una actividad altamente productiva que aprovechaba las intrínsecas ganas humanas de aventurar, disfrutar, investigar y hasta perderse de su vida cotidiana. El mundo de los viajes fue transformando a las sociedades.
En un principio los humanos aprendimos a viajar para conseguir alimentos, luego como parte de las conquistas para agrandar nuestros territorios, también como parte de intentar descubrir lo que existía más allá de nuestros ojos. Miles de años han pasado y hoy cualquier excusa es buena para salir de nuestros entornos diarios: placer, negocios, visitas familiares, estudios o estar en contacto físico con las maravillas naturales o artificiales que están esparcidas por todo el planeta Tierra.
Pero estos escenarios de los nuevos desplazamientos de las
personas por motivaciones de placer y buen uso del tiempo libre, no estuvo
alejada de gobiernos e inversionistas; miles de millones de viajeros empezaron
a necesitar transporte, comida, alojamiento y diversión.
Cuando escribo este artículo ya he sido testigo lejano de la
llegada de Perseverance a Marte como parte de un proyecto de investigación, de
la mega operación que significa el sostener la Estación Espacial Internacional
y que SpaceX planea lanzar su primera misión de turismo espacial en el cuarto
trimestre de 2021.
En economipedia.com se asegura que a partir del fin de la
Segunda Guerra Mundial “La estabilidad, la cooperación internacional, así como
la paz establecida entre todos los territorios, también los acuerdos en Bretton
Woods, provocaron un fuerte impulso de un sector turístico que, posteriormente
— ya en el siglo XXI—, se convertiría, por detrás de la industria y con un peso
en el producto interior bruto (PIB) mundial superior al 10%, en el segundo
mayor sector de la economía global.”
Punto de inflexión y reflexión. El turismo es como el
aluminio: se dobla, no se rompe.
Me sitúo ahora en el 2020, año 0 de la era pándemica, el
golpe que el propició tanto el Covid-19 como la cuarentena, causó graves
estragos en todo el sistema de viajes; los datos están allí. Al otro lado están
los estudios de mercado post cuarentena y de los que se deduce que las personas
lo que más extrañaron fue viajar y el cine.
Pues bien, vamos al caso de Ecuador. Hace 14 años se perdió
el rumbo, se destruyeron los planes y políticas, la actividad turística pasó a
ser un instrumento de promoción personal de los funcionarios, un falso argumento
para captar votos, un derroche de dinero y recursos sin resultados.
Y se sobrevino la cuarentena. En mayo de 2020 Rosi Prado,
ministra de Turismo, aseguró y sin dar sustentos, que estimaba una pérdida
mensual de hasta unos 400 millones de dólares el cierre obligado de las
fronteras en el país. Y en las últimas semanas esta Cartera de Estado
prácticamente es inexistente.
En enero del 2021, Holbach Muñeton, presidente de la
Fenacaptur y vicepresidente del Comité Empresarial Ecuatoriano, cuestionó de
manera permanente el accionar de la Ministra de Turismo y su inacción frente al
complejo panorama para el sector privado. Empresarios calculan que se perdieron 1.200 millones de
dólares e incalculables fuentes de empleo.
Un antecedente: Viernes 11 de mayo de 2018, el Gobierno de
Ecuador se anota otro hit mediático al presentar tres propuestas turísticas
enmarcadas en los nombres: Circuito Turístico, Pueblos Mágicos y Riviera del
Pacífico, con el eslogan “Ecuador, de oportunidad a realidad”. Cada uno de esos
llamados proyectos, carecía de sustentos metodológicos, de presupuestos y de planes
o, al menos, nunca fueron públicos.
Otro dato de la historia reciente. Para julio de 2017,
cuando todavía se respiraba el ambiente de la “mesa puesta” el entonces ministro
de Turismo Enrique Ponce de León, aseguró que Ecuador quiere convertirse en una
“verdadera potencia turística”, para lo que aspira a recibir tantos turistas
como habitantes, pero “de forma inteligente y responsable”; nació entonces el
1×1: 16 millones de turistas como tiene 16 millones de ciudadanos que viven en
el país. Tampoco fue posible conocer el proyecto.
¿Y qué está pasando en los otros niveles de gobierno? En
realidad no mucho. Las municipalidades hicieron fracasar la descentralización
turística y se convirtieron en agencias de eventos artísticos. Los consejos
tienen planes de promoción de lugares en los que no hay productos y las juntas
parroquiales con las justas logran medio cumplir sus obligaciones legales.
En definitiva, en Ecuador hasta enero del 2020 fue
imposible armar planes para el desarrollo turístico nacional o local, porque no
disponía de las herramientas básicas como el inventario, el catastro, tampoco
indicadores y menos estadísticas fiables.
Lo peor es que no hay cuentas trasparentes sobre el uso de
los recursos financieros que ingresan al presupuesto de las instituciones vía
presupuesto, contribuciones especiales, Licencia Única Anual de Funcionamiento
y otros.
¿Y ahora qué vamos hacer?
En realidad no hay mucho de donde escoger y lo que toca es
esperar hasta el próximo 24 de mayo para saber cuál podría ser el rumbo que en
esta materia tome el nuevo Gobierno. Los alcaldes y prefectos aún tienen dos
años más para estar en el cargo.
Los empresarios turísticos sobrevivientes buscan desesperadamente
no cerrar sus operaciones, pero las cuentas no esperan, la nómina debe pagarse
obligadamente, las exigencias tributarias y otras como el seguro social no
perdonan. Además deben enfrentar la ilegalidad de otros negocios que se dicen
ser “para turistas”, además del consabido “efecto polizón”.
¿Qué debería hacerse? Por ahora permítanme dejar sobre la
mesa de la discusión este breve listado:
1.- Elaborar estudios sobre las nuevas expectativas de
viajes que tienen las personas. Las universidades podrían ser un gran aliado
porque de los gobiernos nada se puede esperar por ahora.
2.- Redefinir los destinos y las ofertas a las nuevas
exigencias del mercado. Y eso debería ser ya un trabajo que lo asuma cada
empresario. Creo que el segmento de eventos y convenciones a baja escala
acompañado del de negocios, así como el turismo rural y de naturaleza podrían
tener mejores opciones.
3.- Buscar en mercados emisores nacionales e internacionales
posibles viajeros por expectativas y posibilidades financieras, con lo cual se
pueden preparar planes para turismo de nicho.
4.- Conocer al detalle y opciones en el sistema de
transportación de pasajeros terrestre, aérea y marítima. Los turistas deben
saber cómo llegarán al destino y regresarán a su lugar de residencia.
5.- Cada empresa o grupos de empresas asociarse para
diseñar, financiar e implementar un agresivo plan de comunicación que supere
las limitaciones de la promoción; además, que tenga un sistema de alertas de
cómo está cambiando esta actividad. Y;
6.- Tener métodos de control a través de los cuales sea
posible medir la efectividad de las acciones implementas, además para tomar
correctivos sobre la marcha o fortalecer lo que tenga resultados positivos.
La gran ventaja que tiene el sector turístico empresarial es
su capacidad para emerger de las crisis con nuevas fortalezas y estoy
convencido que no será diferente en esta era pandémica. (RZM)
Publicado originalmente en La Verdad, edición No. 390 correspondiente a enero del 2021.
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