Conocí a Viktor Frankl gracias a Marisol Guarderas, cuando
un día, después de algunos meses del terremoto en Portoviejo, ella llegó para
conocer una tragedia que quizás nunca más ocurra.
“El hombre en busca de sentido” es el nombre del libro que
Marisol me trajo como un presente, para que conociera una historia que podría
servirme en la vida. La verdad: no solo fue historia sino también experiencias
de una era mortal y de lecciones para esta época de la mi vida.
“¿Por qué no se suicida usted?”, es una de las expresiones
que se encuentran en la contraportada; pues resulta que Frankl en su experiencia
como psiquiatra, hacía esa pregunta a sus pacientes. Un hermoso gancho para
interesarme por esta nueva lectura en momentos críticos de mi existencia.
Un siguiente interés me fue provechoso cuando descubrí que
el Doctor en Medicina y Filosofía estuvo prisionero tres años en campo nazi
Auschwits y en otros similares; de cómo llegó, de lo que lo mantuvo con vida y
lo que en un momento fue su muerte emocional, es lo que relata en las casi 160
páginas, con un adicional: cada relato es una lección de fortaleza en momentos
de crisis física y psicológica.
Empieza con algunas advertencias sobre lo que serán los
siguientes párrafos, con el detenimiento del caso empiezo a descubrir en cada
palabra algunas interesantes descripciones, hasta que me encuentro con una que
me que hizo regresar a mi mundo: “… la lucha inexorable por el trozo de pan de
cada día, para salvar la propia vida o la de un buen amigo.”
Si cambio pan por trabajo, la expresión aplica correctamente
para esta época.
Con más interés y curiosidad avanzo hora tras hora,
devorando cada una de las páginas; las ideas y las comparaciones son parte de esta lectura, pues Frankl lograr
seducir con un estilo simple y al detalle, no siento que novelea sus
experiencias provocadoras de muerte junto a la muerte.
Cuando menciono “devorar” no me refiero a velocidad y comer
palabras de manera irracional, me refiero al voraz apetito de reflexión que
desata cada párrafo.
El libro lo empecé a leer en la ciudad, en mi cama y en esos
momentos en que al terminar la jornada de trabajo la mente busca dispararse
hacia otros mundos para encontrar un relax y llegué al último capítulo “La
siquiatría rehumanizada” en la playa. 20 días urbanos y un fin de semana frente
al Océano Pacífico.
Mucho terror inimaginable se conoce sobre lo que pasó en
esos campos de concentración o, como lo dice en el libro: lager; pero bajo la
pluma de connotado médico y superviviente de este horror del nazismo, uno entra
a vivir y sentir lo que pudo ser esa condena inhumana hasta que el “humor
macabro” toma cuerpo.
“Ese humor lo provocó la segura conciencia de haberlo
perdido todo, de no poseer nada salvo nuestra existencia desnuda.”
De seguro muchos de nosotros nos hemos sentido así en algún
momento de la vida. Salir de ese estado no es nada fácil, pero el profesor Frankl
nos conduce a las fórmulas extremas en estos casos extremos, esas que podríamos
o podremos poner en práctica para no caer en la desesperación mortal.
La narración, los ojos y la mente caen el crisol de los
textos articulados de una manera verosímil, única y tangible; los argumentos
para no volverse demente y ser un cadáver más, se presentan uno a uno, hasta
que -con un efecto “mamushka”- el cuerpo se paraliza y el pensamiento hace
sentir el encierro obligado, la sensación de un prisionero en un campo de
concentración.
“El prisionero de un campo de concentración tenía un miedo
brutal a tomar decisiones o a adoptar cualquier tipo de iniciativa. Era la
consecuencia de un fuerte sentimiento de saberse un juguete del destino, como
si el destino irremediablemente se hubiese apoderado de uno; era mejor no
pretender interferir y dejarle seguir su propio destino curso.”
Con este párrafo inicia el capítulo de “Planes de fuga”, un
instinto humano y natural, cuando el encierro es incuestionable y a rajatabla,
en cuerpo y espíritu. Una sensación propia cuando enfrentamos problemas cuyas
soluciones dependen de terceros o esos terceros se convierte en nuestros
carceleros.
Entre tanta información descubrí una que es parte de mi
existencia y está en el capítulo “Irritabilidad”, en que Viktor Frankl describe
lo que fueron los últimos días en el campo de concentración.
“Súmese, además, la ausencia total de esos productos que en
la vida diaria aplacan o mitigan la sensación de apatía e irritabilidad: la cafeína
y la nicotina.” Los siguientes capítulos explican cómo luchar entre la dualidad
de seguir así hasta el final o emprender una lucha desgarradora para no
desprenderse de la realidad.
Podría, así mismo, transcribir una y decenas de citas “motivadoras”
de esta obra, que la Library of Congress en Washington la declaró como uno de
los 10 libros de mayor influencia en América; pero no es la intención de este
post ese tipo de transcripciones, sino de colocar algunas que, a mi parecer,
son inductoras para que otros lectores compren el libro y se sumerjan en el
verdadero padecimiento humano, totalmente vivencial en comparación con los
infiernos imaginados por Dante Alighieri en la Divina Comedia.
Entonces, sentado en la arena, entre que miro reflexivamente
el mar y sigo con mi lectura, llegó a esa parte que hace falta saber en la
vida: “En efecto, sólo unos pocos prisioneros conservamos esa fortaleza de la
libertad y aprovechamos los atroces sufrimientos para una madurez interior.”
Esperanza… fe… consideraciones ilusorias cuando se sabe que
el real sufrimiento no tiene fin, con un dolor permanente y el aroma de la
muerte que ya no se lo percibe aunque esté allí, cuando la capacidad humana de
aguante llega a su más bajo umbral y las opciones son o vivir o dejarse morir o
motivar para que lo asesinen.
Pero no, “El hombre en busca de su destino” no es un manual
de autoayuda o de superación personal, es una recopilación de la experiencia de
muerte que él mismo la uso para sí mismo, como instinto de sobrevivencia y que
al plasmarse en un libro, se convierte en la profesional terapia psiquiátrica
para quienes sabemos que el sufrimiento reflexivo es la única herramienta que
tenemos los humanos para ser pragmáticos y efectivos, para sobrevivir y ayudar
a sobrevivir, aunque el presente nos diga en cada amanecer que es nuestro día en
que seremos ejecutados.
Al final, cuando uno ha sacado sus propias lecciones, Frankl
golpea nuevamente a quienes nos atrevimos a suponer que ya lo dijo todo,
entonces empieza a describir lo que él titula: logoterapia; “Obra así, como si
vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho desacertadamente, como
estás a punto de hacerlo ahora”.
Leer a Viktor Frankl es una simple terapia psiquiátrica
magistralmente plasmada como una obra literaria, para que, en medio de nuestros
sufrimientos, usar sus diagnósticos y entender que cada día existe la oportunidad
de no ser ni prisioneros ni entrar a la cámara de gas, aunque ese parezca
nuestro destino.
Datos del libro:
Título original: Ein Psychologe erlebt das
Konzentrationslager
Traducción: Christine Kopplhuber y Gabriel Insuasti Herrero
Edición y prólogo: José Benigno Freire
ISBN: 978-84-254-2331-4
12ª. Impresión de la edición 2004, completamente revisada y
actualizada.
Editorial Herder.
Creo que este libro no puede dejar indiferente a nadie. Yo lo leí en un momento muy difícil de mi vida, en el que efectivamente todo parecía carecer de sentido y, sencillamente, me hizo despertar. ¿Sabes que me has despertado las ganas de una relectura? De vez en cuando y casi sin darnos cuenta, volvemos a dormirnos, al menos un duermevela en el que nos limitamos a conformarnos y ver la vida pasar, nunca es mal momento para volver a Víktor Frankl.
ResponderEliminarUn abrazo.
Manuela gracias por tu comentario. La misteriosa afinidad que existen entre los lectores y los libros no puede pasar inadvertida, pues de alguna manera es como si ellos nos escogieran, para luego atraparnos y llevarnos hasta el último capítulo; pero con un adicional: deciden no salir de nuestras vidas. Nuestra parte corresponde el recomendarlos para que siempre estén vigentes.
ResponderEliminarDesde las orillas del Océano Pacífico, mi caluroso saludo.
Raúl el libro narra hechos reales de estar en prisión sin haber cometido un delito, en latacunga pasó algo parecido q no deseo ni a mis perseguidores les suceda.Allí te graduas de hombre.. Ser humano, Sé humano.
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