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1 de abril de 2018

Mi último viaje a Puerto Zavala junto con mi padre

Han pasado 5.844 días desde el día que mi padre falleció, algunas historias de él ya las he contado en otros post, tal vez sean necesarias muchas más y entre ellas está la de Puerto Zavala.

Para el martes 27 de junio de 2017 y a las 14h30 inicié y culminé uno de los procesos más duros, emocionante hablando, con sus restos; los saqué de donde permanecieron 16 años para llevarlos hasta el lugar en que siempre quiso morir.

Fue una jornada de exhumación, cremación y dispersión de sus cenizas.

En 1980 mis progenitores accedieron a un terreno en la parroquia rural de Puerto Cayo, como parte de un proyecto familiar para crear un espacio vacacional y de reunión, fue así como se fundó la ciudadela Antonio de Vallejo en esta parte de Jipijapa. Desde entonces, construir una casa y mantenerla con vida fue la ilusión de tanto de mi padre como de mi madre; nosotros los cuatro hijos empezamos a llegar mucho más seguido a estas tierras.

Querendón y financista de esta casa, mi padre y con la infaltable gestión de mi madre, decidieron que Puerto Cayo sería el lugar en que pasarían sus últimos días, entonces pensaron que necesitaban darle un nombre a este lugar, como viejo marinero, mi padre dijo que sería Puerto Zavala y así lo divulgó siempre.

Grandes y mágicos recuerdo me vienen de esa época de colegio y adolescencia en que llegaba a este lugar, pero era el de mis padres, así que lo mejor era disfrutarlo. Con el tiempo crecí, crecimos como familia, los tiempos fueron marcando las irremediables decisiones sobre el futuro y nos dijeron que esta casa, su pasado y presente sería nuestra.

Recuerdo que en sus postreros momentos, mi padre ya gravemente afectado y con el destino marcado, me pidió un último favor (por llamarlo así): "Llévame a Cayo, quiero verlo por última vez..." No recuerdo la fecha en que ocurrió, pero fuente entre algún día de febrero y la primera semana de marzo de 2002, en que hicimos juntos por última vez ese viaje.

En el Lada, en el ahora viejo Lada, embarqué el tanque de oxígeno y la silla de ruedas, con ayuda de amigos pudimos poner a mi viejo en el asiento delantero, sus fuerzas no daban para más... le abroche el cinturón y tomamos rumbo a Puerto Cayo.

Por obvias razones habíamos dejado sin mantenimiento a la casa, teníamos otras prioridades, pero llegamos sin novedad... era un día entre semana, estaba tranquilo este sitio; acomodé a mi viejo a la entrada, en su silla de ruedas y con el oxígeno, pasaron algunos minutos y me volvió a pedir otro favor: "déjame disfrutar de un cigarrillo mientras miro el mar...". Retiré el tanque y lo puse a buen recaudó, prendí un cigarrillo y le dí, le ayude a sostenerlo entre sus dedos y a llevarse hasta la boca, aspiro apenas, movió negativamente la cabeza, lo retiré pero no quiso que le quitara de la mano.

Así pasaron no más de dos o tres horas, hablamos de un sin fin de cosas, me hizo pedidos que aún guardo en secreto y otros que los he ido cumpliendo. No había como quedarse, en esa época no disponíamos de la telefonía celular y de seguro mi madre debía estar preocupada. Años después me contó que no recuerda mucho de esos momentos.

Luego del triste 31 de marzo, la casa quedó abandonada, por un montón de circunstancias sentimentales y financieras (no es barato afrontar al cáncer). Algún momento en que tampoco se en que fecha ocurrió, mi madre me dijo que era hora de tomar una decisión con respecto a ese bien. Y volvimos a Cayo, mi madre y yo, solos... a enfrentar nuevamente un dolor que no cicatrizaba.

Y entonces empezó una nueva historia para Puerto Zavala, decidimos con madre reactivar la casa, hacer reparaciones y empezar a no dejar morir el sueño de mi padre y el de ella mismo.

En una segunda parte de esta historia, que de seguro no será la última, el 28 de junio -unas horas más tarde que nos entregaron las cenizas de mi padre- con mi madre las llevamos hasta Puerto Cayo y allí cumplimos con uno de sus pedidos: que se las dispersemos en el mar frente a su casa que por siempre se llamará Puerto Zavala.

Un año más sin las palabras físicas de mi padre, sinembargo siempre las escucho cuando empiezo a escribir de él o cuando debo enfrentar problemas a los que no encuentro soluciones o cuando me he metido en líos que requieren la tranquilidad para no sucumbir y fregarla más (lección de mi viejo).

Hice ese último viaje con él y desde el año pasado ya no lo necesita porque se quedó a vivir por siempre en su Puerto Zavala y yo también.






1 comentario:

  1. Me enternecí al leer lo de Puerto Zavala. Me recordó a mi padre. Historias en común. Recuerdos dolorosos. Evoquemos también la felicidad compartida en compañía de nuestros progenitores, su ejemplo es imperecedero.

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