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23 de octubre de 2018

Una obra de arte llamada lucha libre

Debieron pasar 40 años para que volviese a estar al filo del ring para ser espectador de una obra única: la lucha libre.

Supe que en México están recobrando esta actividad cultural y en Estados Unidos es un verdadero atractivo tiene aforo completo, en antaño tenía como referencia a “Titanes en el ring” que llegaba desde Argentina; en Quito asistía al coliseo Julio César Hidalgo.

Hombres enmascarados que se enfrentaban, mitos de personajes que llegaban para generar delirio y desprecio desde los graderíos; esta vez en War Democracy fue como el salto en el tiempo para conocer a otros luchadores, para mirar desde la primera fila y al filo del ring a unos nuevos gladiadores entregados a su deporte y a su público.

La noticia me llegó por boca de Juan Sebastián Proaño, uno de los árbitros que son parte de este grupo de atletas, y fue una sorpresa saber que en uno de los miles de gimnasios que tiene la capital, se había juntado hombres y mujeres para entrenar en este complicado y duro arte de la lucha libre.

Fue noticia que no solo entrenaban, sino que preparaban espectáculos y convocaban al público para mostrar su arte y sus riesgosas  destrezas, en una obra cuidadosamente preparada y estructurada. No es un tema simple de escoger al azar un luchador para que enfrente a otro… es una real puesta en escena.

Al igual que las grandes obras, la lucha libre requiere de capítulos, de historias, de sorpresas, de drama, tragedia y comedia; un esfuerzo intelectual para encantar a los fanáticos, para tenerlos en sus sillas por más de dos horas, gritando y aplaudiendo, abucheando y glorificando.

En aquel 22 de septiembre del 2018, en un ring al norte de Quito, en un lugar que en otrora pudo ser una bodega o una fábrica, se había acondicionado el espacio para la platea, luces y sonido completaban el ambiente, en el centro el escenario con las cuerdas que son un límite imaginario en que se representa una parte de espectáculo y en el que los actores están autorizados a salirse si así lo exige la producción teatral.

Inició el espectáculo tan como exigen los cánones para estos casos con una explicación que rompe la monótona espera, las luces cumplen su rol, el discurso inicial se aleja abruptamente de la timidez y la pasividad, la idea que existirá una confrontación se hace presente…

Y la primera pelea ya fue, pasa aparentemente rápido en la introducción de la obra, para la segunda la sorpresa es grande cuando se anuncia que una pareja de luchadoras se enfrentará a una de hombres…el árbitro y los cuatro luchadores se entregan a su papel, pero ocurre lo que no se acostumbra en estos tiempos. De una casi una segura victoria se pasó a una derrota, el resto de luchadores salen a defender a sus colegas. Imposible de describir lo que ocurrió aquella noche pero sirvió para enganchar más a los fanáticos que llegamos y que no hubo cómo predecir el final.

Y el clímax de la obra estuvo centrada en el alcanzar el ansiado cinturón, símbolo de la victoria sobre otras victorias, de efímera posesión pero de gran valor para quien lo tenga en su poder. ¿Por qué un cinturón? Parte de la cultura de la lucha libre y de un mito-realidad; seguramente muy pronto lo descubra.

Pasa el tiempo y en cada párrafo de esta obra no hubo violencia, vi a humanos que habían convertido a su deporte en una forma de vida, tal cual lo hacen las estrellas del cine o del teatro convencional; presencié a personas con entrenamiento y profesionalismo, estuve en un lugar en que el arte escénico me recordó los relatos de antaño en un algo muy parecido a la tradición oral.

Y, claro, en War Democracy no faltó el vestuario perfectamente diseñado y acorde con con el papel que cada luchador representaba, ropajes que lanzan mensajes imaginarios al público, que se convierten en identidad de sus protagonistas. ¿Y las máscaras? También estuvieron en el ring y contar de ellas es otra de las aventuras de este recorrido por los caminos de la lucha libre, a la que pienso dedicarle un capítulo aparte.

Por ahora quiero dejar constancia que esa indumentaria es parte trascendental de la magia en esta obra puesta en escena, máscaras que vislumbran misterio y realidad de sus propietarios, en compatibilidad con lo que son en el escenario.

Adoptar y tener una máscara no es un tema simple, hay que estudiar la personalidad que el luchador quiere adoptar, saber cómo quiere que lo miren sus fanáticos, el diseño debe ser espectacular y no cualquier persona la puede diseñar y construir. 

Sin conocer el rostro de esos luchadores, incluida una mujer, cerró el espectáculo al que valió la pena asistir y ser parte de él, una entrada bien pagada y un tiempo bien utilizado, pues resulta un buen espacio para conocer y entender otra expresión cultural que de alguna manera está arraiga y escondida en muchos lugares de Ecuador. Tal vez en un tiempo no muy lejano, estos luchadores tengan grandes espacios en las webs especializadas y en las páginas deportivas de los diarios o en la pantalla de la televisión.

Espero pronto otro llamado para emprender el viaje hacia ese ring lleno de sudor, esfuerzo y entretenimiento puro.

Pero como aún no puedo describir con palabras las luchas, decidí que sí podía mostrarlas en vídeo:



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