Cada historia que el viejo recuerda sobre su vida pasada es como si estuviese leyendo Asterix, realidad más ficción; de titular largo para este tipo de novelas: "El abuelo que saltó por la ventana y se largó".
Jonas Jonasson relata lo que hizo Allan Karlsson desde que se escapó de aquella residencia para ancianos, pero antes está una de las frases en la dedicatoria con la cual ya me fui embrujando con aquel voluminoso libro: "Quienes sólo saben contar la verdad no merece ser escuchados".
Me fue complicado imaginar la apariencia física de de Allan, pero la manera de ir enfrentando las realidades de su caminar hacia ningún lado, me hacen suponer a un tipo que es frío e inmutable, que decide sobre la marcha. Más cuando enfrenta a un tipo rudo que lleva una chaqueta con la leyenda "Never Again" y que estará omnipresente durante toda una travesía de escapatoria tanto de la policía y la prensa como de una banda criminal.
Sin saberlo, aquel viejo logró tener en su poder casi 37 millones de coronas -digamos que unos 4.2 millones de dólares- con los que logra ir armando de causalidad un grupo de amigos que nada tienen de relación entre sí, pero que las circunstancias del viejo Allan los ata con hilos bastantes visibles (además del dinero) y en este grupo prófugo se incluye una elefanta.
La fuga del anciano se convierte en una noticia de primera plana que pone en duda la capacidad de la policía para encontrarlo; la noticia pierde portada hasta que el periodista de un diario local logra acceder a otros datos del tipo con la chaqueta de "Never Again" y el revuelo toma otra forma. (Esta fue una lección periodística)
Pero la fuga de Allan y la pesada maleta llena de coronas, no esta exenta de muertes, tal vez asesinatos no premeditados y otros colaterales, pero es una historia que debe contarse desde esa perspectiva para que los lectores no pensemos que es una simple fuga graciosa llena de anécdotas. Los cadáveres desaparecen dejando huellas y aparecen con pistas falsas, así mismo casuales.
Según narra Jonasson, el abuelo nació en 1905 y la vida de su padre revolucionario y la muerte de su madre lo llevaron a enfrentar su existencia con impresionante calma, desde su estadía en campos de concentración pasando por lujos con presidentes y políticos de alto nivel en Europa y Asia, hasta que llegó a Estados Unidos, allí estuvo en un proyecto secreto gracias su capacidad para entender y manejar explosivos. Entonces se entiende la foto de la portada.
No es una novela que termina con Allan de regreso a la casa de ancianos ni termina prisionero, porque antes conoce al amor de su nueva vida gracias a esa maleta llena de dinero y que poco a poco sirvió para ir armando las otras vidas de quienes se convirtieron en sus nuevos mejores amigos, los que siempre le ofrecieron un aguardiente.
"El abuelo que saltó por la ventana y se largo" es una trama compleja que poco a poco se enreda con el aparecimiento y desaparición de nuevos personaje muy bien concebidos -algunos llegan hasta le final- que al mismo tiempo cada vivencia suelta encaja perfectamente y que es utilitaria para saber que el cúmulo de experiencias y amistades son las que cuentan al final.
Ni llegando al prólogo se sabe si el metódico viejo armó un plan para cada circunstancia y que todo saliera perfecto conforme sus gustos personales.
Allan me dejó la otra lección: uno no puede llegar a viejo y quedarse allí, sobre todo cuando dice: "Me parece que sólo hay dos cosas que sé hacer mejor que la mayoría de la gente. Una es es convertir la leche de cabra en aguardiente, y la otra fabricar una bomba atómica" Entonces empezó otro trabajo a pesar que ya había cumplido los 100 años.
Gracias María Mercedes.
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