En mi biblioteca personal existe un viejo libro titulado "Biografías y semblanzas" cuyo autor es Manuel J. Calle, impreso en 1921, y en el cual está un breve ensayo de Gonzalo Zaldumbide que describe al insigne periodista ecuatoriano. He transcrito dicho texto, respetando la gramática de aquella época, pero me he tomado la licencia de separar los párrafos para hacer más dinámica la lectura.
Fotografía tomada del libro "Biografías y semblanzas" |
Un gran periodista muerto
El último correo del Ecuador ha traído noticia de la muerte de Manuel J. Calle, uno de los mayores, si no el primer periodista latino-americano. Fué el tipo acabado del género. No a la yanqui, en el sentido de la habilidad y la prontitud ara la caza a la actualidad volandera, de la perspicacia en acecho de novedades, de la malicia para descubrir, o inventar hechos sensacionales…… sino a la francesa, por el arte ingénito del comentario, que vivifica, realza, transfigura lo cotidiano y corriente. –La interpretación original y lúcida, la deducción imprevista y justa, la gracia, la malicia en desentrañar la intención recóndita, son su manera de suscitar el interés más vivo por el hecho común y opaco, la idea simple y vulgar, o el personaje uno de tantos.
Su prodigiosa fecundidad y su don de vida, por sí solos, dieron abasto, durante años de años, a la infatigable curiosidad de un público a quien comunicó su gusto, a veces despiadado, de ver claro bajo los disfraces. Brotaban de su pluma, con abundancia de fuente sempiterna, esas sus Charlas inagotables, siempre interesantes, ágiles y límpidas sobre temas que bajo otra pluma habrían revelado sólo su pequeñez árida e ingrata. Brotaban sin esfuerzo, sobre todo sin el esfuerzo de agradar. Cuando úno comenzaba a leerlas, había de seguirlas hasta el fin, sin darse cuenta de este arte innato, espontáneo e indefinible como la gracia y la simpatía, que no residen en cosa alguna fija y lo impregnan todo de su atractivo en este caso a menudo cruel, diabólico, y casi siempre burlón, pungente.
Bajo las travesuras y las impertinencias más inquietantes adivinábase sin embargo una malicia sin baja perversidad en la suspicacia, una reacción involuntaria y casi inopinada de su natural vibrante, incoercible y como azogado al contacto de las primeras impresiones. Singularísimo por sus defectos casi tanto como por sus cualidades, en cualquier parte habría podido imponerse sin más que su pluma ágil y certera, como sin más que ella y a pesar de tanta cosa en contra, se impuso en el Ecuador. Muere sin embargo casi totalmente desconocido del resto de América. Faltóle erguirse sobre el pedestal que presta un gran país a sus hombres, aún de menor talla; faltóle una tribuna de universal resonancia. Su país, pequeño, le contuvo dentro de sus límites, le cobijó con sus horizontes encapotados.
Y él se compenetró tan íntima, tan exclusiva, tan irrevocable con las cosas de su país, que de esta misma limitación sacó su fuerza sobre él. Llegó allí a una verdadera dictadura de la opinión. La mayoría de indóciles y descontentos esperaba de él cada mañana el evangelio de un hombre de poca fé de inteligencia terrible. Pesimista regocijado e infeliz, critico alegre y feroz aunque sin maldad, a pesar de las apariencias y los rencores parciales, enseñaba a pensar y sentir a la inmensa multitud de curiosos y de malignos sutiles que gustaban de su risa iconoclasta. Se embriagaba cada mañana con la irrestricta voluptuosidad de decir toda su verdad, sin trabas ni reparos. Verdad fragmentaria, arbitraria, contradictoria o incoherente, pero sincera y desnuda hasta la insolencia y hasta el cinismo.
¡Prodigiosa cantidad de desdén, la que este hombrecillo feo y escuchimizado derramó sobre hombres y cosas! Y de un matiz especial. No es el sarcasmo a lo Larra; no es la amargura helante de un hipocondríaco, de un insociable a lo Swift. Tampoco es la paradoja, ni los retruécanos a la francesa, ni menos la gaya ironía que procede por alusiones y envuelve en velos sutiles el pensamiento real. Y si tuvo como Scarrón el genio de lo burlesco, –y si como él, afeado por miserias físicas, no perdió nunca su buen humor, –no usó el procedimiento de la parodia ni exageró tipos o caracteres. Su burla es directa y concreta, sin laboriosas transposiciones.
Nadie como él para el argumento ad-hominem. Es la mofa, la befa castiza, a la manera española, o la usada en la familiaridad de los corrillos maleantes al comentarlos chismes del vecindario. Pero sabía, como Courrier, hacer del comentario al hecho menudo y perdido, un arma contra gobierno, contra tendencias, contra sistemas, contra fantasías. Diógenes je-m' -en- fichiste, que sólo pedía en el mundo la libertad de soltar la lengua en sus incontenibles Charlas, salía de su tonel más bien con palo de ciego que con inútil linterna. Mantuvo en alarma perenne, no sólo a los hombres públicos, sino a cuantos, conocidos o desconocidos, asomaban a la faz de la hora por cualquier motivo.
Para este Diablo Cojuelo, no hubo techo que no fuese de vidrio. Parece haber aprendido, no sólo su lengua je, castizo, exacto, seguro, sino también y más principalmente, su filosofía de la vida, su conocimiento de hombres, en la novela picaresca. Su visión del mundo es la que se desprende del Gil Blas, –que no cree ni siquiera en la sinceridad del vicio, menos en la grandeza o fatalidad del mal. Su desdén no tiene ni sombra de la melancolía de Don Quijote. Este realista menosprecia casi por igual la mediocridad del bien como la del mal. Y sin quererlo su risa nos empequeñece adrede, nos entristece. Y es sin remedio. Porque su alegría ni siquiera es trágica como la risa del desesperado!
¿Volvió alguna vez la vista sobre sí mismo, hasta su fondo anárquico y despectivo? Cuando habló de sí, casi siempre fué en son de burla. Alguna vez, sin embargo, la burla que comenzaba por sí o que lo envolvía siempre, implícitamente, en sus giros, cedía el paso a alguna miseria íntima y recóndita, se convertía en confidencia patética. Pero en seguida volvía, haciendo una pirueta trágica, un cínico salto mortal, al escepticismo nihilista y universal, subconsciente.
Como quiera que se le juzgue, fué extraordinario. Y es casi desconcertante como producto del medio. Nació, creció, en Cuenca del Azuay, ciudad que medita sóla en un rincón de los Andes, con centrando en su aislamiento meditativo la fuerza de sus tradiciones, la devota reverencia de las prácticas de su credo, la poesía del culto y el respeto de la sociedad. Por natural y simple espíritu de contradicción, más bien que con el objeto de plantear su caso a un hipotético Taine del futuro, este de moledor implacable y regocijado, este feroz comecura, aprendió allí lo contrario de lo que se le enseñaba.
Sólo aprendió a derechas, con gusto temprano y durable, sus humanidades: formó allí la base inamovible de su cultura clásica y remonta da en lo posible a las fuentes. Saboreaba en el texto a dulzura nativa de Virgilio, la cordial sabiduría de Horacio. Y gustó siempre de esmaltar, aún su prosa más apresurada, más afanosa y urgida por la necesidad del combate diario, con la nobleza de viejos latines que le recordaban su abolengo clásico como un segundón aventuroso se acuerda de su alcurnia en los peores momentos.
Pero eso es todo lo que debió a su adolescencia y a su juventud estudiosa, ávida de lecturas, retenidas todas con una memoria infalible. –Del seno del catolicismo más concentrado y punzante salió armado de todas armas a pelear por las convicciones más opuestas y radicales. El triunfo de los liberales que ascendieron luego al poder le debió en parte lo poco que hubo en sus luchas de doctrinario, o de intelectual. Pero se quiso hacer de este indómito un instrumento. Y éste no tardó en volverse contra los que le quitaron en el triunfo las pocas ilusiones desinteresadas de la lucha.
De entonces comenzó, a derecha e izquierda, a propios y paso, extraños, esos ataques imprevisibles y fulminantes. Y tras de una época de mal fué ascendiendo en independencia y autoridad, hasta convertirse en censor de la moral pública, –sin haber nunca aspirado, en su bohemia despreocupada, a creerse con el respaldo de una orgullosa hombría de bien, de una majestad hidalguesca como las de Montalvo. –Fué el continuador, familiar y desparpajado, de sus tremendas "catilinarias".
Su estilo, sin conformidad y magnifico como el de Montalvo, viene de cepa castiza. No lo enturbia ni rebota la improvisación más precipitada. Conoce su lengua a punto de hacer, cuantas veces quiere como jugando, pastiches a la manera de Montalvo, principalmente cuando le imita la prosa rabelesiana, copiosa y grasa de su humorismo. Recuerdo así haber hallado, en medio de un artículo serio acerca de la carestía de víveres, entre datos estadísticos y argumentos económicos, un elogio, entre jocoso y épico, enfático y risueño a un tiempo, y muy a lo Montalvo, del maíz y de la papa, providencia del labriego y del menestral.
Jamás tuvo tiempo ni gana de practicar, antes de dar a la imprenta, la que Swift llamaba "la repugnante tarea de releerse". Pero dentro de cincuenta años, los curiosos de lo pasado hallarán, en estas crónicas atropelladas, palpitante y viva en su incoherencia de primer brote, toda la vida de esta época.
……Si prensa del Ecuador ha perdido en él su poderosa palanca, el alma nacional no ha quedado privada de todo de un gran vocero: en treotros, su Poeta laureado vive. Si bien preservado del contacto diario de la muchedumbre, en el seguro de su misma Cuenca tradicional, grave y docta, Remigio Crespo Toral escribe, canta, medita, para lección y orgullo de los suyos. No porque de lejos no se le oiga mucho ni le preste el mundo la atención que sólo se fija en los grandes por la riqueza o el éxito, está mudo y como sin soplo, ese país de volcanes y de hombres fuertes. Triste y duro en sus cumbres arduas, muelle y sereno en sus cuencas donde la vida se remanza como en espera del porvenir, reidor, brillante e inquieto en sus riberas verdes, ese país de contrastes no dejará de sorprendernos nunca con ignoradas revelaciones de su grandeza virtual.
Biografías:
Manuel de Jesús Calle Pesantes (Cuenca, 1866 - Guayaquil, 1918) Periodista ecuatoriano. Muchos de sus artículos los firmó con los seudónimos de "Ernesto Mora" y "Enrique de Rastignac". En 1891 se trasladó a Guayaquil e ingresó a la redacción del Diario de Avisos, donde enseguida se lanzó a una violenta compaña contra el Progresismo. Confinado al interior de la República, se unió muy pronto a la revolución liberal guayaquileña, enrolándose en las filas del general Eloy Alfaro. En Quito fundó El Correo Nacional, La Semana Literaria, El Nuevo Régimen y La Revista de Quito. Colaboró en las mejores publicaciones de Quito y Guayaquil. En 1909, al celebrarse el Centenario del Primer Grito de Independencia de América, fue galardonado con "La Pluma de Oro" - Tomado de Biografías y vidas. Otras obras de Manuel J. Calle que están en dominio público, ya que murió hace mas de 70 años.
Gonzalo Zaldumbide (Quito, 1884 - 1965) Ensayista y diplomático ecuatoriano. Inició su larga carrera diplomática al ser nombrado secretario de la Misión ecuatoriana en Lima, desde donde viajó a Francia como primer secretario (1913). Su vida se desenvolvió en adelante, entre la diplomacia y las letras, pues nunca dejó de escribir, aunque no se considerara a sí mismo un escritor profesional. Miembro la Academia Ecuatoriana de la Lengua en 1921, de la cual también fue presidente, destacó sobre todo como crítico literario. Tomado de Biografías y vidas.
Foto: archive.org |
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