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1 de octubre de 2022

Confabulación en los planes electorales

Nuevamente somos espectadores y víctimas de una desenfrenada carrera por los votos. Los protagonistas son los miles de candidatos que aspiran conseguir un cargo en los gobiernos seccionales y en el Consejo de Participación Ciudadana. 

Quizás sea entendible el hecho que seamos espectadores, pero de seguro se requiere una mayor explicación sobre el hecho que también estemos en el nivel de víctimas de este proceso electoral previsto para febrero del 2023. Todo inicia desde lo que se analiza, se planifica y se ejecuta en cada campaña para promocionar a los aspirantes a las distintas dignidades; para este comentario me voy a centrar en aquellos que quieren convertirse en prefectos, alcaldes, concejales y presidentes de las juntas parroquiales rurales.

¿De qué somos víctimas los votantes? Pues de una confabulación. Y no hay que asustarse, es parte de una práctica que, de una u otra manera, la hemos vivido desde hace mucho tiempo, simplemente nos hemos quedado en su origen; es decir, considerarla como una simple mentira sin mayores consecuencias legales, pero sí en la vida diaria de los ciudadanos.

Aclaro. Se la define desde la psiquiatría como los falsos productos de la memoria o las falsas percepciones sobre el mundo exterior, como una derivación de la mitomanía y es un síntoma característico del síndrome de amnésico de Korsakow, un trastorno cerebral debido a la deficiencia de vitamina B1. ¿Por qué en el Código de la Democracia no existe un requisito que certifique la buena salud física y mental de los candidatos?

Voy entonces al otro escenario relacionado con nuestra vida diaria como niños, adolescentes o adultos. Confabular, básicamente es también lo dicho entre dos o más personas para ponerse de acuerdo y emprender algún plan ilícito o inmoral o salvarse de un castigo, puede verse también como una travesura. Transpolemos esto hacia lo que ocurre en la gestión política que incluye lo electoral.

Quizás un escenario próximo pueda vislumbrase si analizamos a profundidad los comunicados o boletines de prensa que se difunden desde la institucionalidad pública; tal vez allí encontremos algunos datos que no son coherentes con la realidad, también que existe una exaltación extrema a una gestión que no tiene bases ni argumentos de verificación. Un tema para tratarlo por separado desde la perspectiva de la transparencia o el oscurantismo informativo.

Ahora, amable lector, traiga a su memoria, las ofertas que están haciendo lo candidatos para atraer su voto, tome una, la que sea de su agrado y en un breve recorrido mental desmenuce cada uno de los componentes que debería tener; por ejemplo: costos, plazos, capacidad de ejecución, beneficios tangibles, origen de lo prometido (no confundir con proyecto) y de si es posible hacerlo desde lo legal.

Y permítame algunas preguntas: ¿Usted cree que esa oferta electoral la ideó él solo? ¿Quién le ayudó a darle forma y convertirla en promoción electoral? ¿Conoce al equipo de campaña de ese candidato?

Con base en lo mencionado por la investigadora Elżbieta Drążkiewicz en su artículo “Estudia las teorías de la conspiración con compasión”, me tomo la licencia de contextualizar una parte de su análisis: no es suficiente estudiar a los individuos y sus ideas: debemos considerar las estructuras sociales y los contextos, políticos, financieros, presupuestarios, culturales e históricos que generan y propagan ideas electorales. 

Me pregunto: ¿Cómo se puede armar el plan de trabajo al ser uno de los requisitos legales para inscribir sus candidaturas? Esto con base en el Art. 97 de la Ley Orgánica Electoral y de Organizaciones Políticas de la República del Ecuador. 

También me quedan dudas en la manera en que esos planes se convierten en una propuesta de marketing político (electoral sería más adecuado); ¿Y si es a la inversa? Viene entonces la parte en que los candidatos preparan sus discursos o les dan preparando y se producen los contenidos comunicacionales.

Siempre queda la duda si es que el candidato y su equipo de campaña disciernen si lo que van a sacar al mercado podría ser cumplido o es una falsa promesa que luego tendrá alguna justificación.

Lo cierto es que desde esos momentos comienza la confabulación electoral en contra del electorado, pero sin que se convierta en el delito de asociación ilícita tipificado y sancionado en el artículo 370 del COIP.

Al final, seguramente en la mayoría de votantes se impondrán, como siempre, los sentimientos y los intereses personales a la hora de estar frente a las papeletas, además que la compaña electoral es muy similar a la fase de enamoramiento, en que se dicen y se creen mentiras, en que las promesas de felicidad se las acepta así se conozca que no será ni tan cierta ni tan simple y hasta existe desprecios por los consejos de nuestros amigos y familiares.

Pero la otra confabulación podría darse si es que nos anclamos a una de las populares frases de Iósif Stalin: las personas que votan no deciden una elección, la gente que cuenta los votos lo hace. Lo cual se convertiría en un nivel superior de confabulación. 

Nos guste o no: en el amor, en los negocios y en las elecciones, todo se vale.

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Comentario sobre la ausencia de transparencia institucional frente a la ley de comunicación












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