Empiezo a escribir este post cuando faltan pocas horas para que sea, según mi madre, el día de mi cumpleaños y no quiero dejar pasar la ocasión para reflexionar sobre el significado que tiene para mi haber estado 50 años sobre el planeta Tierra.
Claro que si hago bien los cálculos, no es que son los 50 exactos, tal vez uno menos pero a estas alturas de la vida no voy a estar peseteando mi edad, cuando lo más importante es lo que ha ocurrido, las emociones, angustias y placeres que he vivido en estas décadas.
Si en este rato se me caducara la visa para estar en la Tierra, me iría con la mayor satisfacción pues la vida no me ha dado nada de lo que le he pedido, a cambio me ofreció -y las tomé- alternativas de gran majestuosidad.
La ventaja que ahora veo es que a pesar de todo lo que tomé de la vida no será una gran maleta al momento de mi partida, por tanto se vuele práctico en perfecta armonía con lo que casi siempre me acompañó: viajar ligero de equipaje.
No fue muy complicado dejar de lado mis sueños cuando recién empecé a caminar, pues con las primeras caídas supe que más importante era avanzar tomando lo que a cada paso se presentaba al alcance de mis manos y mis ojos. Con el tiempo traduje esa experiencia en “No te generes expectativas para evitar los pre-juicios”.
Tuve la suerte de haber disfrutado del dinero y también de sentir grandes angustias cuando no lo tuve, de eso me quedó la cicatriz que la muestro como herida de guerra con orgullo: sin dinero no pasa nada, o tienes dinero o simplemente “quédate frio” me digo todavía con tranquilidad.
Y ocurrió un día que mientras contaba unos centavos para comprar un cigarrillo, escuche en la radio, una de mis compañeras de viaje, que alguien decía “tengo los mejores padres del mundo” y por obvias razones vino a mi pensamiento la imagen de los míos y me dije: “no tengo los mejores padres del mundo, simplemente tengo a mis padres”. Con sus defectos y virtudes no los comparo con nadie… es muy bueno tener padres que están allí siempre como un farol en medio de una oscura noche o con una limonada luego de un acalorado día de trabajo.
Claro que no se empieza vivir hasta que llega el primer amor y de ahí uno a uno avanzan en la vida, entre confusiones y pasiones, entre delicias y placeres. No es posible llegar al medio siglo de existencia sin que a mi piel no acudan los recuerdos en que unos más que otros y todos se ganaron un espacio. Quizás quede una o algunas o ninguna que tengan esos mismos recuerdos. El futuro es incierto pero siempre brinda oportunidades.
No puede imaginarse al amor sin matrimonio. Por extraños e incomprensibles acontecimientos llegó a esta parte con dos divorcios, pienso que son muchos y también pudieron ser menos. ¿Explicaciones? Para qué. Ya pasaron y también son parte del liviano equipaje.
Pocos años antes que supiera en lo que acaba el amor y como empieza, estuvieron los años de la adolescencia, en que el escenario era por demás maravilloso, sin grandes preocupaciones ni altas exigencias; eso sí con un gran valor agregado que fue determinante. En esta etapa conocí la amistad vista desde la tolerancia y como la capacidad para aceptar a las personas como son y no como yo quisiera que sean.
Quizás en algún momento esa tolerancia y aceptación se convirtieron en “algo” parecido al quemeimportismo, tal vez… pero así se vive con tranquilidad. Al llegar a esta edad me doy cuenta que a pesar de que las desgracias puedan ser mayores y los privilegios de igual insignificancia, el mundo no se acaba. Me enseñaron que “siempre pasa algo” y “que todo pasa”, así que para que alarmarse por lo que es parte del vivir y sobrevivir.
¿De sufrimientos extremos?, si uno. Un solo sufrimiento extremo que aún no he logrado superarlo a pesar que una década ha pasado de aquel triste desenlace y que en su momento quedó plasmado en un texto: “Un libro para la tumba de mi padre”.
Junto a las experiencias de vida está el ejercicio de la profesión. Estudié periodismo, no comunicación y en la práctica diaria supe que ello no era la pauta para conseguir un trabajo, sino una forma de vida y un estilo vida. Mientras lo pude ejercer sentí que había una pericia que llenaría más mi sentido de realidad y en contrapartida, cuando no pude hacer periodismo se me alejó el contrapeso que sostenía mi equilibrio. Y a la final que importa, son 50 años y 50 trabajos diferentes, por eso siento que el periodismo es un oficio perfecto para mí.
Al igual que algunos millones de humanos, en fechas especiales no podemos dejar que falte un trago de alcohol, para levantar la copa y decir aviva voz ¡¡Salud!! Esta ocasión no es diferente, tengo junto a mí una botella que bien podría llamarse trago, con una diferencia sustancial; un día decidí que nunca más tomaría trago, que nunca más quería estar borracho y desde esa conmemorable fecha nunca me falta, literalmente, una bebida espirituosa.
Hasta aquí el pasado y llega el presente.
Prendo un cigarrillo y empiezo a releer lo que he escrito en las últimas horas. Descubro que un tema se queda suelto: ¿qué pasó con mis sentimientos? Apago mi cigarrillo, extiendo mi mano y apuro mi bebida espirituosa, siento sus estragos y decido que quizás dentro de una década pueda escribir sobre ellos. Es el futuro.
Mientras llega esa fecha nuevamente levanto el vaso, miro su contenido, lo huelo, lo bebo y me digo: Zavalita, ¡¡Feliz Año Nuevo!!