Debí escribir este comentario hace tres meses. La idea se fue a mi cajón de sastre y hoy la he recuperado. El asunto tiene que ver con mi experiencia con el libro TAGUA escrito por Ricardo de la Fuente, la grave crisis literaria que tuve y cómo la resolví.
Conocí a Ricardo hace algunos años, cuando yo ejercía el periodismo en la ciudad de Manta – Ecuador, aunque no tuvimos muchas oportunidades a sentarnos a conversar sobre asuntos de interés mutuo. Con el paso del tiempo, a través de los medios de comunicación social, me fui enterando que había publicado algunos libros. Realmente no tuve acceso a comprarlos. Una lástima, pero…
Un día, de visita en la casa de mi amigo Jipson Lavayen, quien le ayuda con el blog de Ricardo (http://www.manabivende.com/), sobre un escritorio, junto a la computadora me percaté que estaban unos 10 libros de igual forma, color y tamaño; el primero de esos libros tenía como nombre TAGUA del autor Ricardo de la Fuente, mis ojos analizaron la portada y pensé que sería mi primera oportunidad de leer una de las creaciones de Ricardo.
Jipson me dijo que esos libros eran para la venta y sin más, pagué el valor y al fin podía tener un libro de Ricardo para leerlo.
Esto ocurrió en una noche, así que al otro día me dije que leer a Ricardo de la Fuente debía ser un acto de análisis de riguroso… al fin y al cabo lo considera un amigo que seguramente podría aceptar mis críticas.
Con papel y lápiz me acomodé en mi escritorio, escribí la fecha y hora en que empezaba la lectura, tomé el libro, leí los datos iniciales, sin problema pues tenía el registro de ISBN, pasó la primera prueba. Anotación realizada.
Luego una breve aclaración al lector, tampoco problema. Dedicatoria… igual. Lectura rápida y casi obligatoria, sin mi mayor atención. Otro escrito bajo el título “Antes de comenzar…” igual, aclaraciones, puestas en contexto. Nada digno de anotar. Y empieza la primera parte.
Para esto ya había anotado mis observaciones sobre la portada y su diseño, el tipo de papel y como estaba encuadernado, igual la contraportada. Mi apreciación sobre color del libro también quedó plasmada en esa hoja, que de a poco se llenaba y se llenaría de anotaciones.
Afine mi lápiz, me dije ahora si empieza lo bueno.
La lectura fue detallada, fijándome en como estaba escrita cada palabra, la posición de los signos de puntuación y la tipografía. Y así fui avanzando cada página, el tiempo pasaba y me sentía que avanzaba bien, muchas anotaciones. Perfecto.
Tuve que dejar la lectura, puse el separador de páginas, cerré el libro para dedicarme a mis actividades laborales. Habían pasado cerca de 90 minutos del inicio del análisis crítico del libro publicado por mi amigo Ricardo.
Pasó el día como todos los días: oficios, revisar correos, conversaciones, consultas, y demás, hasta que llegó la hora de regresar a casa. Tomé mis lentes, mi teléfono, mis cigarrillos y por supuesto el libro de Ricardo. En el centro del libro la hoja con mis anotaciones, aprovecharía unos pocos minutos antes de dormir para seguir con la lectura de TAGUA.
Cuando llegó la hora nocturna de seguir con la tarea autoimpuesta, cerca de la media noche, estaba listo para seguir: luz del velador encendida, libro en mis manos, tomé el separador y a la página en que me había quedado. El papel de mis apuntes a un lado junto al lápiz. Sigo con la lectura.
A los 5 minutos que reinicié caí en cuenta que no sabía qué era lo que estaba leyendo, que no tenía memoria sobre lo revisado desde la página 11. Y claro a revisar mis apuntes y a una nueva ojeada de lo anterior.
Creí que el libro se lo merecía y que mi amigo me lo agradecería.
Superado ese breve olvido, seguí con la lectura y mis apuntes. Hoja tras hoja que mis ojos recorrieron cada palabra y que mis manos hicieron las anotaciones del caso, sentí un vacío inmenso y no era de hambre; era otra cosa, revisé el reloj y me di cuenta que la madruga se acerba con interesante velocidad. Deje a un lado el papel y decidí que mis apuntes las haría al margen de cada hoja. Seguí con la lectura y los subrayados y las notas y demás marcas.
Definitivamente, la primera luz del nuevo día se filtró por las cortinas de mi habitación. Pensé que había ganado bastante y que la aparente mala noche valió la pena.
Como es normal en día de trabajo: limpieza, aseo, afeitada, preparativos, un café y a la oficina. Libro en mano. Antes de iniciar mis labores decidí tomarme unos minutos para seguir con la lectura. Y se repitió lo que me ocurrió en la noche anterior: pérdida de memoria sobre lo leído.
Quise repetir la operación de volver a revisar. Se vino una crisis a la que llamo literaria, que es el olvidar lo que se lee, no estar ubicado en contexto, no saber que se ha leído y el sentido de la lectura. No era normal lo me estaba ocurriendo. Entonces decidí que seguir con el análisis de TAGUA y el trabajo de Ricardo podía quedar pendiente hasta una nueva ocasión. Igual no era un asunto de vida y muerte, quizás luego podría retomarlo sin sentir esa crisis. Cerrado el libro sin el separador de páginas. Y a trabajar.
Pasó el día.
En mi camino de regreso a casa supe el origen de mi crisis literaria que me causó TAGUA. Sobre mis pasos retorné a mi oficina a buscar sólo el libro y un borrador.
En casa nuevamente, la merienda y a ocupar un cómodo sillón para leer el libro de mi amigo, no sin antes haber borrado todas esas notas al margen. Y el problema fue ese, confundí una producción literaria con un texto técnico o el análisis de un documento de trabajo. Mi amigo Ricardo de la Fuente no se merecía que tratara de esa manera a unos de sus esfuerzos.
Y como en estos casos, empecé desde el principio con una sola idea en la mente: disfrutar de la lectura. Fue que una expresión de las que pasé como obvias en las que radicaba lo interesante del libro.
“Tagua, una historia de ultramar es una novela basada en personajes ficticios pero ambientada en un escenario real: la provincia de Manabí, en la costa central del Ecuador.” Además que directamente hace un aclaración “…ciertas circunstancias históricas han sido trasladas en la línea del tiempo para enriquecer el relato…”
Entonces me repetí con claridad “al diablo con la crítica” y empecé a disfrutar de la lectura, a sentirme traslado hacia los escenarios que de alguna manera conozco en persona, pues vivo en Manabí y he conocido sobre estas historias y demás los aspectos históricos a los que hace referencia Ricardo en su libro.
Página tras página nuevamente mis ojos siguieron con vivo interés cada uno de los párrafos, de los personajes y sus aventuras y desventuras, alegrías y otras facetas de quienes aprendemos de Manabí en la edad adulta.
De igual manera, una a una se fueron las horas de la noche y pasaron las de la madrugada. Con el nuevo sol cerré el libro y por una extraña coincidencia el último párrafo mencionaba que “en ese instante, el sol dibujó una línea de fuego rojo y se hundió en el horizonte. FIN”
Estoy satisfecho y con una inmensa duda ¿Cómo pude leer en apenas 5 horas una producción literaria que a Ricardo le llevó más de tres años de publicarla luego de grandes esfuerzos de investigación histórica?
La respuesta la obtuve cuando iniciaba mis tareas laborales de ese tercer día de tener un ejemplar de TAGUA en mi poder.
Una novela no es más que una historia ficticia bien contada, que tiene una riqueza argumentativa sobre los hechos y que permite al lector vivir ese relato como si él fuera parte o si estuviera viéndola en un tercer plano.
Así es TAGUA, buen relato, entendible, interesante y que se deja leer. No es aburrida porque en forma permanente saltan los acontecimientos nuevos sostenidos en palabras claves. Con un hilo conductor bien definido de principio a fin.
Ricardo de la Fuente, gracias por un cuento bien contado.
Y ya me olvidé de hacer una crítica a tu libro, solo te ofrezco esta vivencia como una muestra de agradecimiento y con la esperanza que siempre tus escritos tengan ese fino toque.
Felicidades por el buen trabajo! lo invito a visitar nuestra tienda virtual http://www.ecuadorianhands.com
ResponderEliminarSaludos,