Y ahora ¿Qué carajos pasará? Estos 17 y 18 de noviembre de 2025 fueron una mezcla de certezas e incertidumbres; un rompecabezas con pinzas extrañas, misteriosas y otras que no calzan. Lecturas infinitas… escenarios paralelos, realidades difusas. Complicaciones futurológicas. El interés público por las patas de los caballos.
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| Foto: freepressalliance.com |
Sigo buscando respuestas luego de los resultados electorales del 16N, el "No" retumba aún. Entonces recuerdo las clases de "Prospección periodística", ese arte de buscar y hacer una lista de posibles temas o historias de interés público, pero ¿Qué es ahora el interés público? ¿Quién lo decide? Son otros tiempos, otros mundos. Preguntas pertinentes ahora que el periodismo está en crisis de identidad y de modelo.
Decían mis profesores y maestros hace casi 30 años que el "interés público" nacía de un consenso implícito relativamente sólido, sostenido por élites periodísticas, académicas y políticas que, aunque imperfecto y muchas veces clasista, al menos compartían un marco común:
- Lo que afectaba a gran cantidad de gente
- Lo que implicaba abuso de poder o corrupción
- Lo que podía mejorar el debate democrático
- Lo que tenía consecuencias sociales, económicas o de derechos
Ya con la práctica descubrí que ese consenso también lo decidían los directores de los medios (no es lo mismo que periodistas), los editores y, a veces los colegios profesionales o los gremios; era una decisión oligárquica por darle un apellido, pero con ciertas reglas y con una responsabilidad relativa respecto al prestigio, la competencia entre medios, el miedo a la demanda o al ridículo.
Entonces, llegaron los cambios en las costumbres ciudadanas con la Internet, los teléfonos inteligentes, con las redes sociales y con la fuerza que tomaron en el día a día; quizás no me había percatado y ahora que cuestiono estos días me doy cuenta que hubo:
Fragmentación de la audiencia: cada tribu o grupo social tiene su propio "interés público". Para unos es la emergencia climática, para otros la inmigración descontrolada, para otros la ideología de género en las escuelas, para otros la corrupción del contrario político. Ya no hay un público, hay públicos.
Colapso del modelo económico: los medios tradicionales perdieron el monopolio de la atención y de la publicidad, ahora dependen de suscripción o de clicks, de donaciones o de algún mecenas; eso hace que el interés público se confunda cada vez más con el interés comercial (lo que genera compromisos) o con el interés ideológico (lo que fideliza a la burbuja que paga).
Plataformización: las redes sociales y los algoritmos decidieron qué es “trending” y, por lo tanto, qué merece cobertura. El interés público pasó a ser, en buena medida, lo que genera indignación masiva en 24 horas… aunque a la hora 25 ya nadie se acuerde.
Desinstitucionalización de la autoridad: ya no hay guardianes ni controles aceptados. Cualquiera con un móvil y una cuenta en redes sociales puede definir qué es de interés público para millones de personas; a veces aciertan, en otras solo generan ruido o linchamientos. Las páginas de comentarios y del Editorial del medio perdieron peso político en los distintos públicos.
Entonces, ¿Quién decide hoy el interés público? Nadie y todos a la vez, es una resultante caótica de:
- Algoritmos de plataformas (YouTube, X, TikTok, Instagram, Facebook)
- La intensidad emocional de las comunidades online
- Los incentivos económicos de creadores de contenido y medios
- Las agendas políticas que logran amplificación
- Lo que aún conservan los medios como parte de su legado (aunque cada vez menos)
- En algunos casos, investigaciones serias que logran romper el ruido
Por tanto, hoy en día definir el interés público ya no es una categoría objetiva como en antaño, es un campo de batalla donde se enfrentan narrativas, emociones, intereses económicos y, de vez en cuando, hechos verificables.
El público necesita saber
Ha llegado el momento en que el periodista ya no busca "lo que la sociedad necesita saber", sino "lo que puede romper la burbuja de ruido y generar un impacto real en algún público concreto" que no siempre resulta en el "todo público" pre-redes sociales.
Es más difícil, más "sucio" y más apasionante que antes.
Y me refiero a sucio porque el periodismo actual obliga a meterse en terrenos que antes estaban fuera de los límites (o al menos fuera de lo que se admitía públicamente). Hoy es casi imposible hacer trabajo serio sin mancharse de alguna forma.
En este nuevo espacio para captar la esencia del interés público y sus anomalías nos obliga a:
- Scrapear webs que prohíben explícitamente el scraping; es decir implementar un proceso automatizado de extracción de datos de sitios web u otras fuentes aunque no esté autorizado.
- Usar cuentas falsas o perfiles prestados para entrar en grupos privados de WhatsApp, Telegram, Facebook donde está la información real.
- Acceder a bases de datos públicas pero que técnicamente violan su "Términos de servicio" si se las usa masivamente.
- Fuentes que filtran porque quieren dañar a alguien, no porque crean en el interés público.
- Fuentes que piden favores a cambio (difundir su versión, callar otra cosa, atacar a un tercero).
- Tener que fingir cercanía o afinidad ideológica con gente que repugna para que sigan hablando.
- Poner titulares o fotos un poco sensacionalistas para que la pieza seria que viene detrás tenga alcance.
- Usar hashtags o cuentas "cebo" que sabes que van a atraer odio o bots, pero que dan visibilidad.
- A veces hasta participar (o al menos tolerar) que los seguidores linchen a alguien para que el tema no muera.
- Publicar una historia que podría arruinar la vida de alguien que no es el culpable principal, pero es el único al que se puede tocar.
- Aceptar dinero de lectores o crowdfundings que vienen con agenda y sentir que una parte de la independencia periodística se fue.
- Ver cómo la investigación es usada por actores políticos o empresariales para fines que no eran los de la historia y no poder hacer nada.
- Tener que publicar con seudónimo o desde servidores extranjeros porque se corre el riesgo de una demanda, amenaza o algo peor.
- Eliminar tuits o hilos enteros porque una fuente te dice "si sigues por ahí te cortamos todo" de manera figurada o real.
- Ver cómo medios "influyentes" roban la historia, la suavizan y se llevan el crédito, a veces los premios.
Hoy es normal ensuciarse para quien quiera hacer periodismo serio de manera independiente y lo peor: muchas veces es la única forma de que salga a la luz algo realmente importante, porque el sistema obliga a elegir constantemente entre quedarse limpio y callado… o ensuciarse y publicar.
En definitiva...
Quedarse con la agenda gubernamental o el simple boletín oficial sin un dato adicional, de contrapeso o de verificación, es de alto riesgo periodístico frente a las audiencias (seguidores); pero aquí se presenta otro dilema ¿Cuál es el interés público de un boletín con escasos datos más allá de la retórica propagandística y de relaciones públicas?
Algo es seguro: el interés del oficialismo y de la oposición no siempre es de interés público, a menos que estén en juego los valores democráticos o el mal uso de los recursos públicos o que se quiera tapar la ineficiencia institucional.
Creo que allí está otro de los retos que el periodismo tiene en esta época post electoral.
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Datos sobre el autor:
Canal de vídeos: https://www.youtube.com/@RaulZavala

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