Fue en 1985 que decidí ingresar a un curso que cambiaría mi vida hacia un rumbo que jamás lo pensé, estaba recién graduado del colegio; un curso que me exigió fuerzas más allá de las que jamás pensé tener. 33 años después me reencontré con la promoción de ese curso.

En ese año me en listé en la milicia y la verdad que no sabía en lo que me estaba metiendo, solo seguí el instinto de la aventura de mis 20 años y desde Quito fui a parar a Guayaquil, a un cuartel que estaba al interior de lo que en ese entonces se lo conocía como el "5to. Guayas". Era una unidad de fuerzas especiales que estaba al servicio del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.
No estaba solo en esta aventura, estaban al menos unos 500 más los que llegamos a esta unidad, allí nos esperaban otros tantos, mayoría de ellos exconscriptos (yo no la hice); entonces fuimos recibidos como la respectiva ceremonia en el
Grupo de Fuerzas Especial 111 Rayo "PUMAS". Correr, formar, hostigamiento, sudor, dolor, gritos, presión y frases que hasta ahora me retumban: muchos los llamados pocos los elegidos o, no son merecedores ni del aire que respiran ni de la comida que se comen.
Había entrado a curso de alto rendimiento físico y psicológico, fueron tres meses de duro trabajo militar con el que se intentaba formar y forjar un tipo de soldados entrenados de una manera diferente a lo que tradicionalmente se hacía en el
Ejército, Marina y Aviación individualmente; en un día a día que parecía no acabar fui conociendo a muchos de quienes serían mi promoción.
En cada uno de esos "día a día" otros reclutas se retiraban, el esfuerzo del cuerpo y de las limitaciones superaron su espíritu, se quebraron y se fueron. El resto seguíamos sin saber lo que nos esperaba al día siguiente.
No lo niego y lo reconozco, cada noche, al llegar al sitio destinado para dormir, lloraba de dolor y sufrimiento, me decía: "mañana me largo de esta pendeja, no tengo porqué aguantar tanta cosa"; el sueño me vencía y parecía que apenas había cerrado los ojos ciando ya se escuchaban los gritos de los instructores para que nos levantemos, era hora del trote y del regreso al esfuerzo que debían hacer ellos para doblegarnos.
En cada momento las lágrimas se me escapaban y mis compañeros me decían y me repetían:
tranquilo, aguanta... todo pasa..., hacia caso y llegaba la noche simplemente para empezar todo nuevamente. hasta que en algún momento pude controlarme porque había aprendido a desprender el dolor del cuerpo ante la consigna que todo pasa.
En el primer final de este trabajo habíamos aprendido a trotar sin mayores esfuerzos casi 40 kilómetros, a caminar con 60 libras a la espalda a una velocidad de casi 6 kilómetros por hora, a sentir la derrota la física y moral para al mismo tiempo a no darnos por vencidos,
vivimos el significado de morir sin haber muerto.
Llegó el momento de la graduación de soldados contratados, apenas unos 200 llegamos al momento en que nos entregaron la primera insignia, pero solo era un pequeño paso que nos permitiría descansar uno corto tiempo porque nos habíamos ganado el paso a otro curso que prometía ser más intenso y que requería de humanos con nervios templados e inmunes a los sentimientos que estuviesen fuera del uniforme, el fusil y la misión. Los sobrevivientes no sabíamos que estábamos siendo parte de otro capítulo de la historia militar de Ecuador.
La mayoría de nuestros instructores habían sido combatientes de Paquisha (1981) y ya habían hecho el curso de PUMAS, su experiencia en combate era la mejor metodología de enseñanza; en el entorno político el Ecuador estaba la presencia del grupo terrorista - delincuencial "Alfaro Vive... ¡Carajo!" (AVC). Una reseña se puede leer
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En cada ejercicio en el terreno o en instrucción al interior de la unidad, se trabajaba con la presión que todo es real y nada es juego, que manejar armas y tener conocimientos tácticos operativos no era un pasatiempo; cada error nos costaba más horas de perfeccionamiento y acondicionamiento físico, además de los consabidos "teques" y medición del dolor.
Pasaron nueve meses de entrenamiento técnico - intelectual para combatientes de primera línea; si la memoria no me falla al día de la graduación apenas llegamos unos 150, pero aún faltaba más. Otro corto descanso y fuimos trasladados a Latacunga a la
Brigada de Fuerzas Especiales "Patria", debíamos ganarnos una tercera insignia, la de paracaidistas de combate. Del calor tropical al frío andino, era desde ya la primera prueba y las siguientes vendrían en el costo de ganarse la Boina Roja a pesar que ya sobre nuestras cabezas lucía la Verde.
Nos graduamos al menos unos 100 de Pumas - Paracaidistas y regresamos a nuestra unidad, la vida cambió y debía empezar el momento de poner en práctica lo aprendido.
Las circunstancias y otros cursos me llevaron lejos de mi promoción, alguna vez me encontré por casualidad con algunos de ellos; nada más. Supe de ellos cuando en el 1995 nos movilizamos debido a lo que se conoció como La Guerra del Cenepa, ellos en unidades diferentes a la que yo estaba; allí me enteré de las bajas en combate de dos de mis amigos de promoción: el "mocho" Solís y el "cabezón" Villacis.

De allí para acá nada de nada, hasta que en el 2018, por mis temas de trabajo en el periodismo salude con mi Contraalmirante Aland Molestina, quien había sido nuestro oficial instructor, él a su vez me puso en contacto con mi promoción Adriano Montenegro y así fui reclutado nuevamente, pero esta vez en un grupo de WhatsApp; entonces supe nuevamente de mis excompañeros y así fui saludando y recordando a quienes supieron enseñarme el arte de sobrevivir con el "aguanta... todo pasa".
Para el 14 de julio de 2018 nos convocamos los soldados de la cuarta promoción de soldados PUMAS - Paracaidista, de quienes en un momento de la vida pertenecimos o a la Armada, a la FAE o al Ejército, pues en el 111 Rayo nacimos y criamos juntos pero dependíamos a cada una de las fuerzas.
Los que asistimos ya estamos en el servicio pasivo, los volví a saludar y tuvimos una gran reunión de conversas, recuerdos, actualización de la vida, preguntas y respuestas sobre lo que pasamos cuando hicimos los cursos, remembranzas de los instructores y memorias de quienes ya murieron o bien en servicio o bien por enfermedades.
Para el día de la reunión ya no somos los jóvenes que cruzamos por primera vez la garita del 111 Rayo, estamos sobre los 50 años -la mayoría- muchos con nietos... pero vi en ellos los mismos rostros de esos días de entrenamiento, de esas largas jornadas aprendiendo tomas de playa o de caminar en medio de la oscuridad. Allí estaban luego de más de 30 años mis compañeros de armas.
En este grupo virtual empezaron a subirse fotos de de aquellos tiempos, de cuando solo existían las de papel y poco a poco se fueron construyendo remembranzas, con nombre y apellidos, apodos y anécdotas de todo tipo.
Fue como regresar al pasado con los rostros del presente, con el cúmulo de experiencias que habíamos adquirido o bien como militares o bien como civiles; las frases y dichos de esos tiempos, las bromas y las palabrotas que jamás se perdieron del léxico normal.
Hicimos comparaciones entre lo que fue esa época y lo que ahora se hace, la política no estuvo alejada de las pláticas, ni tampoco las nuevas formas de entrenarse militarmente, las andanzas en los pases obligados. Recordamos que un día fuimos soldados que pasamos del "verde fatiga" al especial uniforme camuflaje.
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Historia de las Fuerzas Especiales del Ejército Ecuatoriano
Pág. 86 y 87 |
Cuando llego a esta parte de esta crónica, siento el orgullo de haber pertenecido a ese grupo de PUMAS y que la única forma de honrar a mis compañeros es ir recordando y recopilando nuestras historias para que no se pierdan, para que ese capítulo, nuestro capítulo, sea incorporado en los diferentes textos que recopila la
Academia Nacional de Historia Militar - Ecuador.
Lograr este objetivo, al igual que toda operación militar que realizamos los soldados de Fuerzas Especiales, depende de la velocidad y la efectividad.
Pero por ahora, me quedo con las memorias de mis compañeros de la
Cuarta Promoción de PUMAS, graduados en el GFE 111 RAYO.