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11 de marzo de 2020

El duende que ronda a los ceibos

Sentado a la sombra de un ceibo mientras esperaba que llegue la fresca, me percaté de unos rasguños bastante extraños al pie de su tronco y recordé que alguna vez alguien me contó que son de un duende que siempre lo escarba como tratando de romper su coraza; nunca terminó de contarme la historia.

Tiempo después, no se cuánto, mi auto se dañó en la carretera entre Portoviejo y Jipijapa, provincia de Manabí, necesitaba agua hasta llegar a Sancán y buscar un mecánico; no muy lejos, en medio del bosque de ceibos había una casa, así que decidí ir hasta allá.

Allí vivía una pareja ya mayor, me recibieron con tranquilidad y, a pesar de no tener mucha agua en un único tanque plástico, no me la negaron para llenar una poma de un galón; en vista del calor y el sudor decidí esperar un rato más antes de regresar hasta donde había dejado el auto.

Publicado originalmente en La Verdad Edición 379 Febrero 2020

El anciano campesino con un machete limpiaba la maleza al pie de uno de estos árboles que, con sus ramas, protegía al techo de zinc de aquella vivienda con paredes de caña; trabajaba dejando una especie de cerco como si quisiera dejar una barrera entre el resto del terreno y el ceibo.

Y como buen citadino en ese tipo de escenarios, le pregunté por qué rozaba de esa manera, una parca frase escuché: “… para que el duende no se acerque…” ¿Cuál duende? fue mi reacción que vino acompaña de algunas otras preguntas que no fueron respondidas.

“Es hora de descansar, vamos...” e hizo que le siguiera hasta la casa, que se levantaba sobre seis pilotes de madera, se acostó en una vieja hamaca que colgaba entre dos ellos, bajo el piso de la casa, me señaló un viejo banco de plástico; entendí y me senté quedando frente a él. Empezó a contarme la leyenda del ceibo y el duende, que resultó una historia de amor y la transcribo de memoria:

Siempre el duende ha vivido por estas montañas, no se sabe cuándo se enamoró de una mujer que trabaja en el campo y empezó a perseguirla sin importarle que ella ya tenía compromiso; uno de esos días cuando ella terminó su jornada al atardecer la sorprendió el duende, ella empezó a correr, a pedir auxilio, su marido la escuchó y fue en su ayuda. Pero era claro que no lo lograría.

Cuando aquel hombrecillo ya estaba por alcanzarla, ella en un descuidó se estrelló contra uno de los ceibos, que en esa época eran árboles de madera suave, y como si la hubiese abrazado la ocultó en su cáscara y el duende la perdió de vista, pero no su marido. Él corrió con más fuerza sabiendo que el ceibo la ocultaría para siempre, siguió los pasos de su amada para nunca más separarse.

Entonces el ceibo convirtió su corteza en una coraza para que el duende no pudiera entrar y separar a los amantes, desde ese entonces siempre llega a los ceibos a tratar de rasgarla, para sacar de allí a esa mujer de cuyo nombre ya nadie se acuerda, ni de él tampoco. Por eso es que cada ceibo tiene una forma diferente para engañar al duende.

Aquel anciano terminó el relato, pero antes me pidió que fuera hasta el ceibo para que lo vea de uno y otro lado, regresé, le conté que por un lado hay un cuerpo de mujer y por el otro el de un hombre. Movió la cabeza parcamente en señal de aprobación y que no mentía sobre la historia.

Publicado originalmente en La Verdad Edición 379 Febrero 2020

Me despedí, regresé a la vía, allí estaba mi auto aún, puse agua al radiador y seguí con mi vida, hasta que llegué a conversar con María Inés Arcentales, fotógrafa profesional, amante de los ceibos y con algunas razones para ver la magia de los ceibos:

Cuando piensas en el camino que como seres humanos debemos transitar, te das cuenta de que necesitas centrarte en medio de las adversidades, protegerte de los malos tiempos, ser proveedor de buenos tiempos, momentos, alimento y cuidado, como persona, ser útil para tu entorno.

“El ceibo tiene todas estas propiedades como árbol. De jóvenes, se protegen con espinas en su tronco y su mecanismo para sobrevivir incluye almacenar agua, despojarse de sus hojas, sobrevive por cientos de años y son un espectáculo a nuestra vista.”

Y también lo misterioso es que María Inés aún no los ha fotografiado, y le pregunto cómo sueña hacerlo: “En compañía de otros ceibos, hay algo especial de ver un conjunto de ceibos en un cerro y me gustaría que recuerden al ceibo como un conviviente en nuestro planeta. Los seres humanos tenemos un tiempo muy limitado y ellos nos ganan en sobrevivir. Ese respeto por la grandeza de un árbol.”

Y fue esta breve plática con María Inés la que me indujo a contar cómo conocí la leyenda de los ceibos, quizás ella revele el pacto de esos maravillosos colosos para que muchos más vivan por más tiempo o como un presagio de que ella podría encontrar al duende en una de sus fotos.

Nota: María Inés Arcentales, reside en Portoviejo. Expositora y con trabajos publicados en: 47 Magazine, Vogue Italia / PhotoVogue (plataforma virtual), NSFW Magazine. Con una Mención de Honor en Fotografía durante las Jornadas Behance Portfolio Reviews - Portoviejo.



2 comentarios:

  1. Soy manabita y no había escuchado esta historia muy interesante

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  2. Hola, me he quedado con la intriga , pues la segunda imagen no carga

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